Alguien podrá comentar, después del atentado de ETA en Barajas, que se ha acabado el tiempo de las disputas, no solo en la política española, en la que ha habido demasiadas, sino en el interior mismo de ETA: los comandos han dicho que hasta aquí hemos llegado. Y se ha acabado también el tiempo de la contraposición entre optimismo y realismo. Se podría decir que ETA ha sido cruel, demasiado cruel, con el presidente del Gobierno. Ha esperado a que manifestara su optimismo para dejarlo en ridículo. Y es que ETA no es cuestión ni de optimismos ni de pesimismos. La única forma de acercarse a ETA y al esfuerzo por su desaparición es el realismo. Y el realismo implica tomar en serio la realidad que es ETA, su propia lógica, sus inercias, lo específico de su estrategia, y no nuestros deseos, ni los que proclaman la imposibilidad casi metafísica de su desaparición.

Es más que probable que la única estrategia de ETA radique en su propia supervivencia. No buscan nada. Solo seguir existiendo. Lo que en este tiempo de tregua se ha producido es que las esperanzas de ETA y las esperanzas del Gobierno parecían encaminadas a encontrarse en un punto, pero, en la medida en que se acercaban a él, ese punto se mostraba como algo radicalmente distinto para cada uno.

ETA albergaba la esperanza de que por fin hubiera un Gobierno responsable con capacidad de abrir la espita constitucional y estatutaria para que su lucha adquiriera sentido político. Y el Gobierno esperaba que en ETA se hubiera producido un proceso de maduración suficiente como para pensar que se conformarían con una Batasuna reinventada, actuando en la política democrática tras la desaparición de la violencia y el terror. Y los ciudadanos esperábamos que ambas esperanzas pudieran confluir en un punto común.

Ha llegado la hora de preguntarnos: ¿ahora qué? Lo que el momento exige es el acuerdo entre los dos grandes partidos del Estado, entre el PSOE y el PP, entre el Gobierno de turno y la oposición de turno. Pero un acuerdo más sólido del que ha sustentado el Pacto por las libertades y contra el terrorismo. La historia de ese pacto muestra que el acuerdo que lo sustentaba estaba demasiado sujeto a los intereses de los partidos. El PP se apropió de las víctimas y las terminó usando contra el PSOE y el Gobierno. Estos cambiaron los supuestos en los que se sustentaba, buscar la derrota de ETA, para introducir la política que podía ayudar a su fin, sin buscar ni pedir el consenso del PP para conseguir que se produjera el cambio.

Ahora el acuerdo debe ser mucho más sólido. Las víctimas no deben ser ni de unos ni de otros. Y para ello es necesario que todos recuerden, también las asociaciones que representan a las víctimas, que las verdaderas víctimas son los asesinados, y que la verdad de estos la puso ETA cuando decidió matarles: esa verdad es el proyecto político de ETA, hecho imposible en cada uno de los asesinados. El PP debe ser exquisito en evitar apropiarse de las víctimas.

Por su parte, el PSOE debe de haber aprendido que es imposible iniciar un proceso de desaparición de ETA por medio del diálogo sin asegurarse primero el apoyo del PP, pactando incluso las discrepancias. Es una tarea de Estado acabar con el terrorismo, y el Estado no se reduce al poder ejecutivo, el legislativo o el judicial, como tampoco a la opinión pública. Es preciso hacerle ver a ETA que tiene enfrente al Estado en su conjunto, que no va a poder jugar con sus divisiones y transformarlas en debilidades de las que extraer provecho. El Estado de derecho no está a disposición de ETA. Mientras esta no aprenda esa lección, siempre tratará de engañarnos, como lo ha hecho esta vez. Porque si la ruptura de la tregua es definitiva, la única responsable es ETA, ni Zapatero, ni el Gobierno, ni Rajoy, ni el PP.

A pesar de que es una muy mala noticia que ETA vuelva a los atentados, tenemos la obligación de extraer de ella lo mejor para nosotros, lo mejor para el Estado de derecho: la forma de fortalecerlo por medio de un acuerdo sólido a prueba de procesos electorales. Los dos grandes partidos tienen la oportunidad de superar el partidismo y ejercer política de Estado. Lo que el Rey no ha conseguido, lo puede conseguir ETA.