Emigraría alguien a un país sometido a un embargo que ha destruido su economía y que cada dos por tres es atacado por EEUU? A primera vista, no. Sin embargo, para miles de sudaneses y eritreos, Irak aún es una tierra de promisión; un lugar donde tienen trabajo y de donde, haya o no guerra, no piensan marcharse. "Por muy mal que esté Irak, siempre estaré mejor que en Eritrea", dice Ahnan, un eritreo de 26 años que se instaló en este país en 1999, cuando la situación en Irak ya era muy mala.

"Me vine a trabajar porque en Eritrea, después de 30 años de guerra con Etiopía, todo había quedado destruido", explica este camarero. "Aquí he encontrado un trabajo y puedo vivir dignamente", dice y, aunque reconoce que la situación no es todo lo buena que le gustaría, no se plantea irse: "Haya o no guerra me quedaré aquí. No tengo a dónde ir".

HASTA LOS PARADOS

La mayor comunidad emigrante en Irak es la sudanesa. Cuando uno pasea por Batauin, un barrio de Bagdad, ve a tantas personas de color que tiene la impresión de estar en uno de los guetos africanos de París.

En Irak se quedan aquellos a los que les va bien e incluso aquellos que se han quedado sin trabajo. Sobre todo porque estos últimos se encuentran atrapados en este país. Habib, un sudanés que llegó hace 15 años, lleva meses en paro. Lejos de casa y de una familia a la que no ve desde que llegó a Bagdad, este hombre de 46 años se resigna, con ese estoicismo tan africano, a vivir en Irak.

"Aunque quisiera, no podría volver a Sudán, porque el viaje es muy caro y no puedo conseguir ese dinero", explica sin rencor, ya que asegura: "Los extranjeros tenemos los mismos derechos que los iraquís. También recibimos las raciones de arroz, harina, azúcar y té que el Gobierno entrega a los iraquís". Así que en Bagdad, Habib tiene al menos la comida asegurada, algo que en Sudán, un país azotado por la hambruna, no estaría tan claro.

BIEN CONSIDERADOS

Sin embargo, a una mayoría de sudaneses no les va mal. Trabajan como cocineros, camareros, personal de limpieza en los hoteles, chóferes y sirvientes en casas particulares. "Los sudaneses casi nunca pierden sus empleos, pues los iraquís los consideran trabajadores muy serios y gente muy honrada", explica Ahmed, un iraquí. "La gente de clase alta prefiere chóferes y criados sudaneses, pues saben que son personas que nunca van a robar nada".

Pese a tener más de 40 años y vivir en sociedades donde el matrimonio es un paso obligatorio, la mayoría de sudaneses que viven en Irak son solteros. La escasez de recursos les impide ir a Sudán a buscar esposa, y, para un hombre de color, es casi imposible casarse con una iraquí. Así que viven sin planes de futuro ni de familia.

Todos recuerdan los magníficos años 80. "En Sudán oí que Irak era un buen sitio, que había trabajo y pagaban bien. Y era cierto. Llegué y a la semana ya tenía un buen trabajo en una fábrica de material metálico", dice Tahir. "Pero ahora las cosas han cambiado mucho y la vida no es fácil", reconoce Tahir, que trabaja en un asador de pollos.

Hace más de una década que Irak ya no es el Dorado de la región, el país que atrajo a millones de inmigrantes. Entonces, cuando un dinar iraquí se cambiaba a tres dólares, en este país vivían 4,5 millones de egipcios y miles de sudaneses. Sadam, que quería convertir a Irak en el faro de su sueño panarabista, abrió el país a los árabes. Todo eran facilidades, incluso para adquirir la nacionalidad. Sadam diseñó un proyecto para transplantar a Irak un pueblo entero desde Marruecos, pues sabía que los marroquís eran buenos agricultores.

SIN MANO DE OBRA

El país necesitaba a esos inmigrantes. "En los años 80, la mayor parte de los iraquís luchaban en la guerra contra Irán. El país se quedó sin mano de obra. Los egipcios hicieron que Irak siguiera funcionando", explica Karim, un iraquí de 70 años, que recuerda cómo el presidente egipcio Anuar Al Sadat reconoció que el envío de egipcios a Irak les reportaba al año 4.000 millones de euros (665.544 millones de pesetas).

Pero la guerra del Golfo y los 10 años de bloqueo han hundido la economía. Poco a poco los billetes iraquís se convirtieron en papel mojado y, para la mayoría de aquellos egipcios, ya no tenía sentido vivir en un país donde un euro equivalía a 1.800 dinares.