Primer presidente de la Asamblea

La Asamblea de Extremadura, que como dice el artículo 19 del Estatuto de Autonomía, representa al pueblo extremeño, se constituye el 21 de mayo de 1983. Por primera vez y como consecuencia de unas elecciones de ámbito regional y a través del voto libre, directo y secreto, 65 diputados pertenecientes 30 a Cáceres y 35 a Badajoz, con adscripción a cuatro partidos políticos, inician una andadura que ahora cumple veinte años. Y se hace con las dificultades lógicas de una institución creada "ex novo", sin antecedentes ni tradición que pudieran servir de apoyo o ayuda; simplemente con las normas referenciales del Estatuto y el entusiasmo responsable de quienes saben que inician una etapa histórica.

Hablando de tradición: durante los bombardeos alemanes sobre Londres en la II Guerra Mundial se ocasionaron graves daños en el mítico palacio de Westminster y, en concreto, la Cámara de los Comunes fue seriamente dañada. Terminada la guerra era necesario reparar tales daños y al principio se pensó que sería el momento adecuado para acometer una profunda reforma en la sede del legislativo británico modificando las estructuras de manera que se adoptase la forma semicircular como en los parlamentos de otros países y ampliar el recinto que había quedado, desde hacía mucho tiempo, pequeño para sentar cómodamente a los 630 diputados. Parecía lo más razonable, y sin embargo, se hizo una reconstrucción que dejó a la Cámara de los Comunes exactamente igual que estaba antes de la guerra, con los incómodos bancos corridos que no ofrecen asiento holgado ni a la mitad de sus miembros. Se trataba de preservar la sacrosanta tradición que preside casi todos los aspectos de la vida inglesa, y también por el convencimiento de que lo importante de la institución legislativa es su función y su prestigio.

La Asamblea de Extremadura, al igual que los demás legislativos, sean regionales o nacionales, fue objeto de las críticas correspondientes derivadas de la insatisfacción que produce su funcionamiento. Es una insatisfacción permanente y lógica que se siente desde dentro y desde fuera de la Cámara, desde el grupo parlamentario que apoya al gobierno o desde la oposición. Y se tiende a olvidar que se trata de órganos políticos de características muy especiales y, por lo mismo, a demandarles un comportamiento imposible: son instituciones representativas de la soberanía popular, su voluntad hace ley y su confianza es necesaria para que los gobiernos puedan formarse y mantenerse, son foros de debates y fiscalización; pero esas funciones no eliminan, ni siquiera merman, la primacía que antes y ahora tiene el poder ejecutivo como órgano de decisión política.

"...fácilmente nos incorporamos a la corriente de los que afirman que ni siquiera recordamos la época de oro del Parlamento. Los políticos de la era de Baldwin dicen que la Cámara no es lo que ha sido cuando míster Asquith era primer ministro, y en la época de mister Asquith contemplaban con nostalgia el brillante tiempo de Gladstone y Disraeli; sin duda alguna, los viejos legisladores de esos días suspiraban por la época en que Pit y Fox cruzaban sus lanzas dialécticas en el Parlamento", escribe Laski.

Insuficiente cumplimiento de sus funciones, escaso interés que despiertan sus deliberaciones, distanciamiento entre representantes y representados, lenta e insuficiente adecuación a las realidades del entorno social en donde se desenvuelve, son críticas que ni son de ahora ni de un parlamento concreto.

Efectivamente, cuando un tema llega a la Asamblea ha perdido ya parte de su interés y de su actualidad. Y en eso tienen mucha culpa los reglamentos parlamentarios, que están elaborados desde la cautela y el alicorto egoísmo partidista. Se copiaron unos reglamentos de otros, con plazos y prudencias excesivas, y eso lleva a que el tema, objeto de debate parlamentario, pierda oportunidad y contenido político; ante lo cual, los grupos parlamentarios optan por trasladar tales asuntos a los medios de comunicación.

Los parlamentos son demasiado reglamentistas y eso los hace lentos, carentes de espontaneidad, de viveza dialéctica, oportunidad y vigencia. El mecanismo introducido en la tercera legislatura de las preguntas al presidente de la Junta, y por cierto innovador en el parlamentarismo español, fue, a mi juicio, muy positivo en ese intento de conseguir debates ágiles y con carga política.

Salvando lo salvable, hoy se puede decir que los legislativos son broncos, crispados y aburridos, tanto que es difícil conseguir anécdotas parlamentarias interesantes, divertidas y ejemplares. Perdieron la carga política al hacerse instituciones con estructuras muy tecnificadas. En eso sí se puede decir que existieron mejores tiempos parlamentarios.