Estuvo caballeroso John McCain en su discurso de admisión de la derrota en Phoenix, fiel a la imagen que se tenía de él antes de empezar la campaña electoral y que se perdió en algún momento de su pugna con Barack Obama. Fue un McCain que reconoció la fuerza simbólica de la elección del demócrata y se ofreció a trabajar con él para afrontar la difícil situación, una oferta a la que sumó al resto del Partido Republicano. Para McCain, cuya carrera política pasa ahora por volver al Senado, era en cierta medida fácil este acto de encomiable generosidad. Pero los abucheos con que fueron recibidas sus palabras por parte del público no es más que un ejemplo del difícil camino que tiene por delante el Partido Republicano.

McCain siempre fue un líder cuanto menos peculiar de la derecha estadounidense, a causa de los recelos y la directa animadversión que su figura genera entre importantes corrientes del movimiento conservador. Pero su regreso al Senado deja al partido sin cabeza visible y dividido, en lo que algunos analistas estadounidenses consideran la ruptura de la coalición que forjó Ronald Reagan: los conservadores sociales, fiscales y en política exterior.

A grandes trazos, las tendencias ideológicas que dividen al partido son dos. Por un lado, los que como Huckabee y Sarah Palin consideran que hay que volver "a los principios". La segunda gran corriente es la que forman los conservadores más moderados que llaman a integrar a las minorías. Un combate ideológico sin líderes fuertes y en plena travesía del desierto que durará, en el mejor de los casos, dos años, hasta las legislativas del 2010.