En 1978, un papa polaco abrió su pontificado pidiendo que los católicos no tuviesen miedo. En el 2005, los cardenales se han puesto en manos de un pesimista profundo que ve a la Iglesia católica como una barca en peligro de zozobrar, que puede quedar reducida durante un largo invierno a la condición de "Iglesia de minorías". Y que cree que "el mal que hay en el mundo es el resultado de la intervención ... de un agente oscuro y enemigo, el demonio".

El nuevo papa es alguien capaz de escribir (Informe sobre la fe, 1985) que "si la luz de Cristo debiera apagarse en el mundo, éste, a pesar de su tecnología y sabiduría, caería en el terror y en la desesperación. Y existen ya señales de esa vuelta de fuerzas oscuras mientras crecen en el mundo secularizado los cultos satánicos". Es un hombre de escritorio, del que se pueden recordar más documentos que hechos. Pero también un personaje accesible, sin duda el papa de toda la historia que ha concedido más entrevistas y conseguido más portadas antes de serlo, aunque ninguna tan importante como la del Osservatore Romano de ayer. Además de ser un pianista devoto de Mozart y Beethoven.

En la Baviera de Hitler

Joseph Ratzinger nació en la localidad bávara de Marktl am Inn, hijo de un gendarme que se mudó numerosas veces durante los primeros años de vida del hoy Papa. El padre del joven Ratzinger era un católico profundamente creyente y hostil al nacionalsocialismo: "Veía con incorruptible claridad que la victoria de Hitler no sería una victoria de Alemania, sino del Anticristo".

La ideología familiar no evitó a Ratzinger tener que afiliarse a las juventudes nazis y servir durante la guerra en las baterías antiaéreas que protegían una fábrica de motores de aviación de BMW. Aunque sí pudo rechazar alistarse en las SS. Entre mayo y junio de 1945 fue prisionero de guerra del Ejército de EEUU.

Al igual que Karol Wojtyla, la experiencia del nazismo resulta clave en la conformación de su pensamiento. Del ejemplo que dio parte de la jerarquía católica al contemporizar con Hitler sacó la convicción de que "la Iglesia no puede pactar con el espíritu de los tiempos".

Ratzinger, catedrático de Teología desde 1959, a los 32 años, compañero de Hans Küng y profesor de Leonardo Boff, fue consultor durante el Concilio Vaticano II del arzobispo de Colonia, Joseph Frings. A él se le atribuye la intervención del cardenal en que calificaba de "fuente de escándalo" el Santo Oficio, la inquisición vaticana que con otro nombre él acabó por dirigir. Fue redactor junto con Karl Rahner de documentos sobre la renovación de la liturgia, o el gobierno colegial de la Iglesia.

Pero la euforia conciliar no tarda en dar paso a la preocupación. "En el concilio penetró --escribió años más tarde-- algo de la brisa de la era Kennedy, de aquel ingenuo optimismo de la idea de una gran sociedad: lo podemos conseguir to-Pasa a la página siguiente