La plaza quería a Ratzinger y salió Ratzinger. El panzercardinal salió al balcón de la basílica en medio de una ceremonia de entusiasmo colectivo difícil de comparar con cualquier otra. Fue como en los grandes conciertos de rock, como en las grandes finales de todos los deportes, cuando Ratzinger asomó por el balcón, los aplausos se mezclaron con los vivas.

"¡Benedetto, Benedetto!", gritó con emoción la mayoría italiana. "¡Benedictus, Benedictus!", se sumó con profesionalidad de clérigos un grupo de sacerdotes que poco antes seguía con recogimiento los misterios de gozo del rosario. "¡Benedicto, Benedicto!", clamaron con entusiasmo unos argentinos que arrastraron a unos españoles hasta entonces callados. "A ver qué dirán ahora los progresistas", dijo alto un fraile de los de San Juan de la Cruz. Todos le entendieron y fue muy aplaudido.

La plaza del rumor

La tarde empezó con rumores extravagantes después del humo negro de mediodía. Aparecieron por la plaza hermeneutas de las profecías de San Malaquías, tipos muy informados que aseguraban que, antes del viernes, nada de nada, y otras criaturas desorientadas. Hasta que de sopetón, como quien no quiere la cosa, un humo deshilachado, de un gris confuso --"parece blanco, ¿no?", se decían los congregados-- hizo enmudecer a unas monjas dominicas, conocidas como Hermanitas del Cordero. "Es blanco, es blanco", se oyó enseguida.

Los aplausos y el júbilo llenaron la plaza. Hubo lloros y abrazos. Eran las 17.50 horas y faltaba sólo la confirmación de las campanas para dar por hecho que Juan Pablo II tenía sucesor.

La espera se alargó un cuarto de hora. "Si no hay campanas, no hay papa", decía un sacerdote con autoridad y resignación. Finalmente, las campanas de San Pedro replicaron. " Habemus papam ", llegó desde el flanco norte de la plaza.

Una unidad de la Guardia Suiza, vestida con los brillantes uniformes de gala que diseñó Miguel Angel por encargo de un papa guerrero, formó justo donde la columnata de Bernini se estrecha. Como en las noches de año nuevo, la red de telefonía móvil se bloqueó.

Minutos de suspense

Más rezos, más vivas, más suspense. "Deseo que sea Lustiger", dijo una adolescente de un grupo de la Sainte Académie, cerca de Aviñón, con pocas esperanzas de que su favorito fuese el elegido. "Dios ha hablado", añadió la monja que acompañaba a los jóvenes peregrinos.

"¿Quien es el nuevo papa?", se preguntó la gente. La espera se prolongó hasta las 18.40: cuando apareció en el balcón de la bendición el cardenal protodiácono, el chileno Jorge Arturo Medina Estévez, fue Troya: " Habemus papam ". Nadie dudó en acercarse al balcón tanto como pudo. Cuando pronunció el nombre de Joseph Ratzinger y el de Benedicto XVI, una ovación cerrada, aplausos interminables, rezos a voz en grito y cánticos en la octava más alta posible dejaron en mantillas casi todos los actos de masas imaginables.

"Queridos hermanos y hermanas", empezó Ratzinger como quien escribe una carta: aplausos y aplausos. Le interrumpieron otras cuatro veces; en el instante preciso en que dijo "después del gran papa Juan Pablo II", el entusiasmo fue inigualable. Se diría que Benedicto XVI lo esperaba.

Un sacerdote australiano se abrazó con otro que tenía a su lado. "La homilía de ayer por el lunes fue una revelación". "Lo fue, lo fue; seguro", dijo su compañero, con los ojos húmedos.

Luego vino la bendición urbi et orbi , que fue acaso el único instante relativamente silencioso. Y más aplausos.