Hay una gran diferencia entre la pretensión de algunos, hace pocos años, de hacer política para que ETA abandonara la violencia, asumiendo sus dos demandas fundamentales --territorialidad y autodeterminación--, y hacer política ahora que ha declarado un alto el fuego permanente. Si aquella actuación suponía renunciar a la política en libertad, a la libertad de decir no a ETA, ahora es posible poner en marcha la vía política de manera libre, sin que esté condicionada por la organización.

Es evidente que existe una continuidad entre la propuesta de Batasuna en Anoeta, el discurso que se ha ido consolidando en los últimos meses centrado en las dos mesas de negociación, y los contenidos del último comunicado de ETA. Pero en medio hay una cesura, una pausa importante: la comunicación del alto el fuego permanente. En el comunicado no se hace referencia a las dos mesas. Pero sí se mencionan los contenidos de los que se debe ocupar la segunda mesa, la mesa de la normalización en palabras de Ibarretxe.

Pero si ETA ha pretendido, que lo ha hecho hasta ahora, vincular el cese de la violencia con la garantía del resultado de la mesa de normalización, en este momento no tiene más remedio que asumir que el objetivo de su decisión --de la proclamación del alto el fuego permanente-- se limita a impulsar el proceso democrático en cuyo final debe estar la autodeterminación.

Aunque no hable de la mesa de negociación con el Gobierno para tratar de los presos y de la entrega de las armas, se supone que las perspectivas que la actuación judicial les ha puesto de manifiesto estas semanas tienen que ver algo con el anuncio de alto el fuego: si éste se retrasaba mucho más en busca de la garantía pretendida sobre el resultado de la normalización, se podían encontrar con que el objetivo de la primera mesa, de la negociación con el Gobierno, podía quedar demasiado condicionado e imposibilitado.

Todos podemos recordar las afirmaciones de Otegi diciendo que se equivocaban quienes creían que la paz era simplemente la tregua de ETA, que no habría paz sin el respeto del derecho de autodeterminación y de territorialidad. Pues bien: ETA se ha visto forzada a anunciar algo más que una tregua, un alto el fuego permanente, sin que nadie le haya garantizado cuál va a ser el resultado que consiga la mesa de normalización. La palabra misma adquiere un sentido nuevo y distinto: ya no se trata de una mesa de normalización, sino que en esa mesa, en el Parlamento vasco o donde haga falta, donde se quiera, se podrá discutir de política en libertad, con normalidad, sin el condicionante del vigilante armado.

Es cierto que ETA habla de los derechos que corresponden al pueblo vasco, de que debe ser posible que todas las opciones políticas se puedan llevar a la realidad --un imposible metafísico cuando existen proyectos que se contradicen--, que los vascos deben decidir su futuro, y Francia y España comprometerse a respetar lo que éstos decidan. Como siempre suele suceder, se obvia que muchos vascos no quieren decidir sólo como vascos, sino que quieren tomar una postura desde su compleja identidad, desde su plural sentimiento de pertenencia, junto con otros.

ETA ya no se encuentra en posición de condicionar ese debate. Ahora apela a la responsabilidad de los vascos para que se consiga lo que ella quiere. Pero la responsabilidad de muchos vascos es defender lo que han defendido incluso bajo la amenaza de ETA: la pluralidad, que es libertad.