Otro infierno. Una vez más, los terroristas de Al Qaeda golpearon ayer en el corazón de una gran capital europea y asesinaron a decenas de ciudadanos, causando una matanza en Londres que parece calcada de la serie de atentados que ensangrentaron Madrid el 11-M del 2004, y que es trágico legado de la barbarie cometida el 11-S del 2001 en Nueva York. En la jornada de la cumbre del G-8, los islamistas se aprovecharon de la hora punta en el centro de la City londinense para hacer estallar las cargas explosivas en los repletos vagones del metro, cuyas líneas quedaron totalmente paralizadas por la inmediata pérdida de energía eléctrica. Después, en un diabólico plan para causar la mayor mortandad posible, esperaron a que los pasajeros buscaran en masa la alternativa de transporte en los autobuses de línea para explosionar otro artefacto en el interior de uno de los famosos double-deckers rojos de dos pisos, que ya estaba abarrotado de pasajeros.

El infierno se desencadenó nueve minutos antes de las nueve de la mañana, aunque al principio se creyó que la primera deflagración en la estación de Liverpool Street fue accidental. La realidad era mucho más terrible, puesto que una bomba había sembrado de muerte un vagón del convoy que avanzaba dentro del túnel desde Aldgate East.

Una hora de silencio

Pero pasó casi una hora antes de que las autoridades policiales londinenses anunciasen que se había producido un "incidente grave" en la red de metro de Londres, una de las más extensas del mundo, por lo que procedía a evacuarla en su totalidad.

Para entonces, tres explosiones en diferentes puntos del metro habían causado ya decenas de muertos y cientos de heridos, a los que se sumarían las víctimas del autobús, volado cerca de la céntrica Tavistock Square, llena de turistas por su cercanía al Museo Británico.

El sistema de control del tráfico que impera en el centro de la ciudad --que obliga a los conductores a pagar por circular por la zona-- permitió que las vías públicas fueran despejadas rapidísimamente y los lugares de los atentados quedaran acordonados y aislados.

Todo ello hizo que las ambulancias gozasen de paso libre --en vez de quedar atascadas en los embotellamientos que se habrían producido en cualquier otra gran urbe europea-- y pudieran atender a los heridos con gran celeridad. Es muy posible que el saldo de víctimas mortales (oficialmente, 38 muertos, además de 700 heridos, 45 de ellos muy graves) hubiera sido mucho más elevado de no haber trabajado con esas facilidades los equipos de socorro.

Censura de imágenes

Al mismo tiempo, la policía pudo ejercer una férrea censura de las imágenes del horror --igual que en Nueva York tras los ataques a las Torres Gemelas-- y pocas fueron las fotos de pesadilla, a diferencia del 11-M en Atocha, donde las víctimas quedaron expuestas al aire libre.

Esa opacidad policial provocó la absurda situación de que la cifra más importante del día (el medio centenar de muertos que se estimaban por la noche) fuera difundida antes en Francia, Italia y EEUU (procedente de fuentes gubernamentales británicas) que en Gran Bretaña.

La carnicería terrorista convulsionó la cumbre del G-8 que comenzaba sus sesiones de trabajo en Gleneagles (Escocia) y el primer ministro británico, Tony Blair, compareció por televisión --arropado por los líderes de los otros siete grandes, y los invitados de cinco potencias emergentes, reunidos allí-- para responder: "El bárbaro crimen ... no hará vacilar la determinación de defender nuestros valores y nuestras vidas".

El premier viajó dos horas después a Londres, pero anunció que regresaría a Gleneagles para participar en la clausura de la cumbre, cuyas tareas no se interrumpieron y en la que se alcanzó un consenso de mínimos sobre un plan de acción para combatir el cambio climático.

A través de internet, el semidesconocido grupo islamista Organización de Al Qaeda/Yihad en Europa se atribuyó la masacre y amenazó con atacar a otros países europeos, especialmente Italia y Dinamarca, ambos participantes de la coalición militar anglo-norteamericana en Irak.

En cambio, desde todo el mundo llegaron a Londres mensajes de solidaridad y apoyo. El alcalde de la capital británica, Ken Livingstone --en viaje de regreso desde Singapur, donde logró la victoria de la candidatura olímpica de su ciudad para el 2012-- calificó los atentados de "asesinato en masa".

Por su parte, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, expresó su "más absoluta condena, la condena del Gobierno y la del pueblo español" por las "brutales acciones que se han cebado sobre un gran número de inocentes".

Zapatero transmitió por escrito a Blair sus condolencias y la determinación del Gobierno español de una "plena colaboración" con Londres para "perseguir, detener y presentar ante la justicia a quienes han perpetrado estos crímenes". Y subrayó que "la unidad de los demócratas, la cooperación internacional y la acción eficaz de la policía, los servicios de inteligencia y los sistemas judiciales son los mejores instrumentos para derrotar al terrorismo, que no se impondrá jamás sobre la ley y la democracia".