La noticia, aunque no lo parezca es doble: España ganó bien y eso, tan acostumbrados que estamos a sufrir, ya es destacable; lo segundo, España jugó francamente bien y eso sí que es una maravillosa esperanza. No hay nada más contagioso en este deporte que un equipo ganador, hambriento de gloria, que domina y empequeñece a su rival, manejando el partido de principio a fin y mostrando alternativas en su fútbol, aprovechando bien los espacios y dejando fluir el talento de cada uno. Todo eso lo tuvo España, que mostró unas credenciales inmejorables en el mejor escaparate posible, frente al rival más importante del grupo, Ucrania.

El mejor partido desde que Luis Aragonés es seleccionador llegó en el momento justo. Su apuesta tuvo una recompensa acorde a su valentía. Empezar un Mundial con sólo tres hombres de la cita de Corea sacó a relucir la juventud y el descaro de una generación que se mira en el retrovisor de Fernando Alonso y en el gen ganador de Nadal para darle la vuelta a una historia que no hace justicia a la calidad histórica de nuestros futbolistas.

El tempranero gol de Xabi Alonso --la estrategia funcionó también-- dio tranquilidad. A partir de allí, España interpretó el 4-3-3 a la perfección, con la seguridad de su defensa, donde nace el liderazgo de Puyol y la garra de Sergio Ramos. En el medio, Xavi Hernández fue el mariscal de campo y Senna, una excelente vía de escape, que además nos da algo tan poco español como el disparo lejano. Y me paro en la delantera, donde Luis García puso movilidad; Fernando Torres, su extraordinaria velocidad y Villa, su inefable puntería. Un cóctel sencillamente delicioso para el paladar.

España devolvió con fútbol la pasión por la roja que brotaba desde las gradas del estadio hasta cada rincón de este país tan futbolero. No sé si iremos a Berlín, pero ya sabemos que España puede jugar al fútbol como los ángeles.

El Mundial atisbaba un cambio de tendencia hacia el fútbol ofensivo, hacia el toque y con una buena producción de goles. Pero nadie como España ha sabido interpretar en su primer partido la partitura de un fútbol vibrante, brillante por momentos, solvente, que ha deslumbrado. Una goleada de escándalo es una buena tarjeta de presentación y más cuando enfrente hay un rival europeo, lo que da aún más vuelo a esta goleada de la ilusión.