"¿Quién le ha calentado la cabeza al pequeño? ¿Quién ha envenenado a Moussa Oukabir con ideas tan malas? A él, tan 'trempat' como es, siempre sonriendo, siempre agradable con todos". Esa es la pregunta que no deja de retumbar en la cabeza de alguien a quien llamaremos Rocío, una vecina de Moussa que prefiere mantenerse en el anonimato, desde que viera la cara de este joven en los medios de comunicación. Rocío trata de poner relación entre el joven que llevaba años de "impecable convivencia" en su misma escalera y el terrorista abatido en Cambrils y uno de los sospechosos de conducir la furgoneta de la masacre de la Rambla. "No se lo esperaba nadie. Yo estoy rota, sus hermanas y su madre están destrozadas. ¿Quién se lo iba a esperar de un chavalito de 17 años que era un ejemplo de integración?", describe.

Tampoco Rosa podría esperar que si Moussa llamara la atención fuera por un asunto tan macabro. "Hace pocas semanas, su hermana Hafi me decía llena de orgullo que el chaval era un 10 en todo. En la escuela, donde sacaba muy buenas notas, en la calle con los amigos, en casa...", explica. Menos experiencia tienen con Driss, su hermano, detenido, que vive en otro piso en Ripoll "y va más a su aire".

Rosa recuerda cómo no hace tanto Moussa y su hermana pequeña, de unos 15 o 16 años en la actualidad, compraban helados en el restaurante donde trabajaba Hafida, a la sazón tutora legal del chaval ante las dificultades con el idioma de su madre. "Ha jugado a pelota con mi nieto un montón de veces, se llevaban tan bien...", dice. Por eso no se explica "un cambio tan radical". "Tiene que haber sido en poco tiempo, que alguien le haya lavado el cerebro, porque siempre lo he tenido por buen chico, como a toda su familia. Si él y sus hermanos estudiaron en colegios de monjas...", dice.

Tampoco encuentran explicación a esa deriva miembros significados del colectivo árabe. Alí Yassine, presidente de la Comunidad Islámica Annour de Ripoll, dice conocer a algunos de los detenidos en la localidad y de los yihadistas abatidos en Cambrils, al menos tres ellos de la capital del Ripollès, pero sostiene haber tenido poco contacto con ellos. "No eran muy asiduos a la mezquita. Nos saludábamos y poco más. Te garantizo que algunos de ellos ni siquiera saben de qué color es la alfombra que tenemos en el oratorio", explica. "Si hubieran venido más a la mezquita sabrían que lo que han hecho, si es que lo han hecho, no tiene nada que ver con el islam", asegura.

Yassine señala que ya se ha reunido con el ayuntamiento para unir esfuerzos y para colaborar en lo que puedan. "También para que en los próximos días podamos recurrir a la tele, la radio y los medios locales para explicar bien a la gente del pueblo que nada de esto tiene que ver con el auténtico islam", avanza. "Nuestra comunidad condena totalmente este tipo de acciones y nos solidarizamos con las víctimas y con sus familias", destaca. Sabe que vienen "días difíciles" para todos, pero muestra su fe en que se mantenga la convivencia.

Una concordia que, pese a la sacudida que está encajando esta localidad del Prepirineo, parece garantizada al escuchar a la mayoría de los habitantes consultados. "Hay grupos de Whatsapp en que lees barbaridades, pero todos conocemos a chicos árabes con una integración indiscutible", dice Raúl.

Respeto y civismo como tónica general, pero sin poder sacudirse un poso de desazón. Lo ilustra alguien a quien llamaremos Carles, vecino de Moussa, la viva imagen de la impotencia. "Aún estábamos tratando de recuperarnos del susto de ayer y esta mañana temprano han llegado un montón de Mossos para realizar detenciones. ¡Pero es que son nuestros vecinos! Parecía gente normal", cuenta. "Estamos en 'shock', tenemos mucho miedo. Será muy difícil volver a confiar en un extraño si ya te pasa esto con un vecino que parecía ejemplar", indica.

Nada será fácil ahora, pero Pilar tiene claro que mejor encararlo con optimismo y solidaridad. "Ahora hay que dar apoyo a las víctimas, pero también a la familia de Driss y de Moussa. Ellos están sufriendo como nosotros", dice. Ella daría lo que fuera por volver a los plácidos días en que los hermanos le picaban al timbre para venderle cerezas -"¿quién sabe si las cogían ellos o eran del súper?, pero las compraba gustosa", dice-. Pilar y todo Ripoll quieren, necesitan, que el pueblo recupere la esencia de esos recuerdos.