Divertirse y hacer trastadas es la base de un festejo tradicional en Extremadura, los quintos, que pervive aún en diversos puntos de Extremadura, sobre todo en el norte, pese a que la obligatoriedad del servicio militar se erradicó hace nueve años. Este festejo popular, con un gran arraigo en muchos municipios cacereños y de La Serena, consagra la mayoría de edad del joven y su condición viril, que le capacitaba para incorporarse a filas. Los rituales de estos chavales tenían por escenario la vía pública, el mismo que mantiene hoy a pesar de su desvinculación del servicio militar.

Esta fiesta simbolizaba tradicionalmente la virilidad y la masculinidad de los jóvenes, que estaba representada en sus rituales que duraban días e incluso meses. La exaltación de animales que simbolizan esta hombría ha tenido una fuerte presencia en los festejos de los pueblos con costumbres más arraigadas. El gallo, como rey del gallinero, y los machos cabríos, con sus marcados atributos y grandes cuernos, simbolizan a la perfección lo que la fiesta quería. Así lo explica el catedrático en Antropología Fernando Flores del Manzano, que ha publicado algún libro en el que describe estos rituales --La vida tradicional en el valle del Jerte --.

Los quintos siguen vivos , pero sus tradiciones parecen haberse moderado, gracias a la "hipersensibilidad de la sociedad hacia el maltrato animal", explica Flores. "La fiesta de los gallos están muy decaídas", y es que en los 90 se modificó el festejo que se venía haciendo en numerosos pueblos desde años atrás. Correr los gallos consistía en arrancar la cabeza del animal, vivo, atado con una soga a lomos de un caballos.

Aún se hace en pueblos de Cáceres como Albalá, Valdefuentes o Peraleda de San Román, pero los gallos deben estar muertos antes de ser colgados. Una condición indispensable que hizo que la fiesta se eliminara en otros como Caminomorisco, Navaconcejo, Aldeanueva de la Vera, Piornal o Pinofranqueado, donde se siguen celebrando los quintos en los carnavales pero sin animales. "El año siguiente a la prohibición de usar gallos vivos colgaron pollos de plástico, pero no han vuelto a hacer nada, solo piden por las casas y se reúnen ellos", explica un vecino de este último municipio.

Una tradición también, esa de pedir, que sigue haciéndose allí donde subsiste este festejo. En la provincia de Badajoz, esta celebración está mucho más erradicada. La zona de la Serena conoció la tradición de correr los gallos, que ya no pervive. Las diferencias entre los municipios, sobre todo entre provincias --el norte de Cáceres mantiene más vivas estas tradiciones-- radican principalmente en "el relieve de la alta Extremadura y el tipo de vida que practican sus habitantes, que se presta más a mantener ciertas costumbre", explica Flores del Manzano.

El ritual que más resiste, según el antropólogo, es la del macho cabrío, un animal "que no sufre" en la celebración. Se utiliza para tener presente ese símbolo de masculinidad que representa y "es un quinto más en la fiesta". Adornado con cintas multicolores, lleva una zumba y plantas aromáticas en algunos casos, --este uso está relacionado con un carácter religioso-- y forma parte del espectáculo, hasta que lo sacrifican para comérselo o lo devuelven a su lugar de origen, como en otros casos. Cabrero, El Torno o Tornavacas, donde se premia incluso la cabra mejor engalanada para la ocasión, son localidades que vienen celebrando año tras año los quintos con este animal en distintas fechas: febrero, enero y septiembre, respectivamente.

Hay otros municipios en los que aún perviven las gamberradas de los quintos sin el uso de animales. Siguen pidiendo dinero y comida por las casas, reuniéndose en torno a una hoguera, parando a los coches por la carretera, como en la zona de la Vera, y protagonizando las fiestas locales. Es el caso del Jaramplas, que se celebra en enero en Piornal, donde los quintos son los encargados de repartir los nabos o el Peropalo en Villanueva de la Vera, un evento en el que los quintos son los calabaceros.

Estos festejos forman parte de la tradición y no suele degenerar más que en trastadas sin demasiada importancia, sin llegar a los casos extremos como el de Torreorgaz, que Flores considera "aislado". "Lo que ocurre es que la fiesta se va degenerando con el alcohol. Yo he visto celebraciones con machos cabríos y no había maltrato", dice Flores, que además subraya que "en muchas ocasiones cuando algún quinto se excede en sus gamberradas son reprendidos por el resto".

Según el antropólogo la diferencia entre lo rural y lo urbano aporta lecturas muy distintas a estos festejos. "El peligro es descontextualizarlos e interpretarlos con una visión sesgada", señala. Flores como antropólogo interpreta estos comportamientos a pesar de que le repugnen. "Los excesos se corrigen pero no tienen porqué pagarlos las tradiciones. Hay que oír también a las zonas rurales, porque estos vecinos no tienen porqué ser menos sensibles que el resto".