«No tendréis mi odio». “Cualquiera podría haber sido la víctima”. Turistas y barceloneses se acercan desde primera hora de la mañana al Pla de l’Os a dejar sus escritos de dolor sobre el mosaico. En ese mural, que Joan Miró dibujó en 1976 en la Rambla para dar la bienvenida a los viajeros que llegan por mar, se detuvo la furgoneta del ataque terrorista tras sembrar la arteria barcelonesa de cadávares, heridos y horror.

Cerca de esta simbólica obra el jueves fallecieron 13 personas y resultaron heridas más de 80. Algunos se sientan alrededor del mosaico a orar, otros no paran de hacer fotos, y muchos se mantienen en silencio, con las caras afligidas, leyendo los mensajes escritos en varias lenguas. Les rodean decenas de velas encendidas, ositos de peluche, sombreros y gorras, ramos de flores blancas y rojas...Y dos globos, uno con forma de caballito y otro con la silueta de un tiburón, que llevaban con su inocencia unos niños cuando el yihadismo golpeó el corazón de Barcelona.

La fuente de Canaletes, la acera de la Rambla que cruza con Pelai por la que entró la tragedia y los árboles cercanos son otros lugares adonde los ciudadanos llevan velas y flores. La BoquerÍa y las emblemáticas floristerías permanecían cerradas, al igual que muchos comercios. Los kioskos, al principio, abrieron pero las furgonetas que transportan los diarios no pudieron acceder por motivos de seguridad. Las calles que rodean la Rambla y la plaza de Catalunya estuvieron acordonadas varias horas, mientras la policía revisaba todos los bolsos y mochilas. Los camareros del Cafè de l’Òpera, justo delante de la obra de Miró, vivieron en primera línea los momentos de pánico sucedidos tras el ataque. «La gente entraba gritando con caras de terror como si les persiguiera una manada de búfalos. Familias, jóvenes y ancianos se escondían en el fondo del local o subían escaleras arriba. Salí a la calle y vi cuerpos tendidos en el suelo y policías corriendo con pistolas. Terrible. Espero no volver a ver algo así», cuenta Raúl Martínez, el encargado de este histórico café.

Mouad, el Ouariachi, es un joven camarero que lleva 10 años sirviendo en este local. «Enseguida salí a la terraza a quitar macetas, vidrios rotos y mesas tiradas en el suelo para que pudieran entrar las ambulancias. No me quito de la cabeza a un niño de unos siete años que vio como moría su padre. Siento un dolor inmenso y, al ser musulmán, también miedo. Siempre me he sentido acogido en esta ciudad, pero ahora temo que me señalen con el dedo», dice preocupado.

Pese a todo, la arteria barcelonesa, como toda la ciudad, no claudica ante la vesania terrorista. Sonia Domingo, trabajadora de un banco cercano, que ha acudido al Pla de l’Os a depositar una ofrenda a las víctimas, resume el espíritu ciudadano: «Estoy destrozada. Pero no podemos permitir que el miedo nos encierre en casa. Debemos salir a la calle».

Este mismo sentimiento transmite después la fúnebre marcha que recorren miles de personas tras el minuto de silencio, entre la plaza de Catalunya y el mural de Miró, el mismo camino en el que aún hay rastros de las ruedas de la furgoneta del infierno. «No tengo miedo», clamaban los asistentes como si fueran una sola voz.

Al inicio de Canaletes, las palomas, símbolo de la paz, sobrevuelan, posesas por la locura, las pancartas. Durante el homenaje, solo se oye su aleteo. Después, estremecedores aplausos, que aún las perturban más.

Imma Sempere cuenta que entre sus amigos hay musulmanes a los que tiene mucho aprecio. «He venido porque me preocupa que se criminalice a personas de bien. El mensaje que debe prevalecer es el de concordia», relata. Luisa Fortes es filóloga nacida en Andalucía. «He salido a la calle para decir que no tengo miedo, y rendir un sentido homenaje a las víctimas y al sufrimiento que sus muertes conlleva. Más que rabia, siento una emoción inmensa. Estamos unidos», se sincera.

Hay personas que no pueden evitar las lágrimas al acercase al Pla de l’Os. «Me duele mucho, pero hemos de dar muestras de normalidad. Aquí somos todos una misma persona. Me siento muy acompañado», reconoce Marc Costa. A su lado, una joven norteamericana alza un letrero. «No en mi nombre», el lema musulmán contra el Estado Islámico.