Tras una crisis que no fue tan calamitosa como muchos presagiaban, y a la espera de una recuperación que se augura problemática, la geopolítica confirmará en el 2010 que el Atlántico cede su hegemonía al Pacífico, que Europa está en imparable declive y que el imperio americano, la hiperpotencia única del último decenio, acosada por un síndrome de introspección, inicia un repliegue militar, económico y diplomático de secuelas imprevisibles. El gendarme está fatigado, y en el fondo de todos sus conflictos se agazapa la ideología que combate contra el capitalismo: el islamismo radical. Y un atentado terrorista como los del 2001 arruinaría cualquier vaticinio.

El despertar de Asia llega para quedarse, como signo de los tiempos. Los chinos están aquí, en la vieja Europa, como avanzadilla exportadora de la fábrica del mundo , y las tres economías más fuertes --EEUU, China y Japón-- confluyen en la cuenca del Pacífico, de manera que las relaciones entre Washington y Pekín, el ya famoso G-2, según la sigla acuñada por Zbigniew Brzezinski, seguirán influyendo en todos los problemas, participarán en todas las crisis y cabe augurar que dominarán el nuevo orden mundial en gestación. Chimérica China y América contra el mundo , tituló un diario alemán tras el fiasco de Copenhague.

Se impone el realismo

Ridiculizando algunas profecías optimistas, el multilateralismo tan utópico como cacareado tiene plomo en las alas. Por eso se impone una cosmovisión más realista para calibrar los intereses de las potencias que compiten encarnizadamente por la hegemonía económica, militar y tecnológica. Tras el lamentable espectáculo de la cumbre del clima de Copenhague, resulta obvio que el mundo necesita menos actores y más relevantes, menos retórica y más eficacia, menos histriones y más líderes responsables, menos gasto superfluo y más productividad, quizá más ahorro y menos consumo. Y reformar los mecanismos de la ONU.

El repliegue será difícil y tropezará con muchos obstáculos. La actuación de Pekín como banquero de Washington condiciona las previsiones. Por eso Obama vacila, pierde la iniciativa y merece el epíteto de indeciso, ya que tardó cuatro meses en presentar su estrategia en Afganistán. Su extraño discurso de Oslo, al recoger el Nobel de la Paz, fue más el de un comandante en jefe implicado en muchos frentes que el de un aspirante a un mundo en paz y "sin armas nucleares". Las guerras pueden ser justas --se jactó-- y una potencia debe librarlas sola o en coalición, porque el apaciguamiento conduce a la impotencia cuando no al desastre demorado. Las repercusiones fueron demoledoras: desconcierto de la izquierda, sarcasmo de los conservadores.

El aislacionismo avanza y EEUU descuida incluso su patio trasero en América Latina, en medio de las baladronadas circenses de Hugo Chávez, pero se esperan elecciones responsables en Chile y Brasil. "La Administración de Obama participa con desgana en las guerras de Irak y Afganistán", nos instruye Kenneth Anderson para concretar el repliegue, y las encuestas sugieren que la opinión pública no está convencida de la urgencia de un liderazgo global o de la prudencia del multilateralismo, dos reclamos en retroceso. También duda de que la de Afganistán sea "una guerra de necesidad", como afirma el presidente.

La duda de Afganistán

Si el aumento de tropas no funciona ni mejoran las prestaciones del régimen de Karzai se recrudecerá la polémica en las elecciones de noviembre para renovar la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, decisivas para mitigar o exacerbar las tensiones de la Casa Blanca con el Congreso. Entonces sabremos si el liberalismo decae ante el empuje intervencionista. Resulta notorio que ni siquiera con 150.000 soldados podrá ganarse una guerra que ya no es solo contra los talibanes y Al Qaeda, sino contra amplios sectores de la población no militante. ¿Volveremos a elucubrar con el destino de Afganistán como tumba de los imperios? Ante la perspectiva de una evolución a la vietnamita, que abarcaría a Pakistán, electoralmente catastrófica, las nuevas maniobras del general Stanley McChrystal apuntan a la promoción de un acuerdo político con los caciques más maleables de la insurgencia.

La retirada de las tropas de Irak se prevé para el próximo mes de agosto, mas los augures no osan certificarla. El negocio del petróleo marcha a ritmo de subasta, pero las elecciones de febrero pueden desembocar en la guerra civil o en la consolidación de la primera democracia árabe. El designio de un gran Oriente Próximo en paz deviene una quimera, ya que el eterno conflicto de Palestina gravitará sobre las decisiones de Washington. El eslabón perdido de Hamás en la franja de Gaza y el programa nuclear de Irán causan tanta alarma como ruido de botas y aviones, pero lo único seguro es que la negociación está estancada.

No sabemos si Obama dispone de una doctrina para salir del laberinto y abordar los desafíos. Aunque en Oslo dio a entender que no descarta una guerra preventiva al estilo de Bush (¿advertencia a Irán?), lo más significativo radica en la convicción de que es imperativo adecuar los fines a los medios, según el apotegma de Walter Lippmann; es decir, que si el imperio está económicamente exhausto, debe limitar los compromisos exteriores. El repliegue se reputa inexorable porque las revoluciones pendientes son irritantemente domésticas. Comienza el segundo año de "presidencia posimperial", como augura Fareed Zakaria.

Los enfermos de la UE

Pese a la retirada de EEUU, Europa está en una posición subordinada y poco dispuesta a aprovechar la ocasión. La UE estrena instituciones remozadas, pero tiene enfermos crónicos; debate sobre los temores de Eurabia, el terrorismo islamista o la oleada inmigratoria, mas adolece de falta de voluntad política para una transformación que realce su protagonismo. Ni siquiera es capaz de estabilizar las relaciones con Rusia combinando la libertad con los negocios, sin someterse al chantaje energético. Las elecciones del mes de mayo en Gran Bretaña pueden empeorar la situación si triunfan los conservadores.