En el funeral de Juan Pablo II, un pontífice que propició varios encuentros con líderes de distintas religiones, no podían faltar los representantes de otros credos, cristianos y no cristianos. Allí estaban también, en la plaza de San Pedro, para rendir el último homenaje a un papa que visitó templos protestantes, sinagogas o mezquitas, en un número superior al centenar.

De entre todas, quizá la presencia más emotiva fue la del rabino emérito de Roma, Elio Toaff, una de las dos únicas personas que Juan Pablo II citó en su testamento espiritual. Juan XXIII fue el papa que inició una aproximación al hebraísmo, al que la Iglesia católica consideraba regicida por haber crucificado a Cristo. Pero fue Juan Pablo II el encargado de acabar con los prejuicios históricos.

Lo hizo en 1986, cuando visitó la sinagoga de Roma, no muy lejos del Vaticano, en la otra orilla del Tíber, de la que era rabino Toaff. Ambos se fundieron en un abrazo histórico, y Juan Pablo II se refirió en su discurso a los judíos como "nuestros hermanos mayores". Ayer, un anciano Toaff se despedía de aquel "hermano". Le acompañaba, entre otros, Israel Singer, presidente del Congreso Judío Mundial.

La representación más numerosa, con 59 delegados, era la de las iglesias ortodoxas, consideradas como los "hermanos separados". Había patriarcas, arzobispos, metropolitanos, archimandritas y santidades. Representantes de los patriarcados de Alejandría, de Jerusalén, de Moscú, de Serbia, de Bulgaria, de Chipre y de las iglesias de rito copto, sirio o armenio, entre otras.

La segunda representación más numerosa era la de las iglesias y comuniones eclesiales de Occidente, empezando por la comunión anglicana, representada por el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams. Tampoco faltaban luteranos, metodistas, representantes de las iglesias reformadas, baptistas o evangélicos. También acudieron varios representantes islámicos. Las representaciones más reducidas fueron budistas, sijs e hindús.