Extremadura no tiene mar pero sí kilómetros y kilómetros de costa interior. Las dos grandes cuencas hidrográficas de la región están repletas de embalses, muchos de los cuales son explotados por las compañías eléctricas para la producción de energía. La de mayor actividad energética es la del Tajo, que explota Iberdrola, mientras que las presas del Guadiana están sobre todo orientadas a la regulación del caudal.

En Extremadura hay trece centrales hidroeléctricas de entidad, si bien existen también algunas otras y saltos de agua con una potencia instalada muy baja. De las trece, las más importantes están en la cuenca del Tajo (véase gráfico) y destacan sobre todo las de Alcántara (932 megavatios) y Cedillo (472 megavatios). Sólo la central de Alcántara produjo en el 2003 energía suficiente para abastecer a unas 300.000 personas durante todo un año. La de Alcántara es la segunda hidroeléctrica de mayor potencia de España, tras la de Aldeadávila (Salamanca). En todas estas instalaciones se aprovecha la caída en desnivel del agua para mover una turbina y generar electricidad, que se vierte posteriormente a la red.

Regular el caudal

Las presas de la cuenca del Guadiana no están orientadas a la producción energética y sí a la regulación del caudal para garantizar el abastecimiento a poblaciones y el riego agrícola. La mayoría de los grandes embalses extremeños, a excepción del de La Serena, son obras construidas durante la dictadura franquista. En toda Extremadura hay 34 centrales hidroeléctricas, que suman una potencia instalada de 2.134 megavatios, cifra que supera a la de la Central Nuclear de Almaraz (CNA), el principal activo energético de Extremadura.

La hidroeléctrica ha ido perdiendo peso en España como fuente de energía y hoy representa en torno al 30% del total, cuando en 1940 era del 78%. La aparición de las centrales nucleares, primero, y de las de ciclo combinado (a base de gas natural) y resto de renovables, después, han desplazado a las centrales hidroeléctricas.

Se trata de una energía limpia pero que está a expensas de la pluviosidad de cada año, pues la generación energética tiene como límite fundamental el respeto al caudal ecológico de los ríos. Algo que no siempre sucede.