"Se alquila para celebraciones". Este es el cartel, junto con un número de teléfono móvil, que puede leerse a las afueras de una de las naves patera en la que medio centenar de rumanos conviven en Almendralejo. Pero si uno se asoma a su interior, es difícil imaginar algo menos parecido a una celebración. Tiendas de campaña y colchones ocupan la mayor parte del suelo del hogar de medio centenar de personas durante varias semanas.

"Pero tenemos agua, baño, gas para cocinar..." Mitika Faena es el responsable de una de las naves patera en Almendralejo. Tiene 28 años y desde hace siete emigra cada invierno a las campañas agrícolas en España. Ha llegado a un acuerdo con el dueño de la nave para que les deje usarla mientras trabajan como temporeros. Dice que no les cobra nada --"nos deja estar aquí por lástima"-- y solo pagan el agua y la luz. No es posible contrastar esta información porque la conversación con el teléfono en el que se anuncia la nave "para celebraciones" se cortó al intentarlo este diario.

Mitika defiende que la nave es su única alternativa a acampar en el campo. "No podemos alquilar un piso porque son caros --nos piden 1.500 euros o 2.000 solo por la fianza-- y venimos nada más que para unas semanas, cuando el contrato mínimo son tres meses", asegura añadiendo que, además, "nos ponen pegas por ser rumanos".

Pese a ser la única, para Mitika la nave no es tan mala opción. "Yo también prefiero una vida más moderna, claro, pero es como comer. No me gusta comer garbanzos todos los días, pero si no hay otra cosa al menos es algo", relata. Es lo mismo que explicaron, asegura, a la Policía Local y los Servicios Sociales de Almendralejo: "vinieron y les enseñamos que tenemos agua y luz y todo y no hay niños. Además les dijimos que en dos semanas nos marchamos".

Es lo que alega una compañera de Mitika, una mujer que en el escaso español que habla se queja de que se tomen fotos de la nave. "Dos semanas y nos vamos", alega. "¿Por qué no traen comida y ropa en vez de tanto preguntar?", cuestiona otra. Pero, en general, los rumanos apostados en la puerta de la nave se esfuerzan por explicar por qué tienen que vivir allí: "Si usted me ofrece un piso, yo me voy para allá, pero esto es lo que hay. Venimos a trabajar, si viniéramos a robar no viviríamos así", asegura Mitika.

Rumano malo, todos malos

En el mismo sentido se pronuncia Castelo Pirbu, responsable de la nave anexa. "Un rumano malo, todos malos", se queja admitiendo después que en Rumanía ocurriría lo mismo probablemente con los inmigrantes españoles. "Pero venimos a trabajar --reitera--, nos levantamos para ir al campo, volvemos por la tarde, nos duchamos, vamos a comprar algo de comida y nos quedamos por aquí hablando, jugando al fútbol... No nos peleamos ni creamos problemas".

Así lo confirma, en su presencia, Antonio Blanco, empresario del sector de la construcción de Almendralejo que posee una nave al lado de otras dos ocupadas por rumanos. "A mí no me hacen daño, no me puedo quejar", afirma añadiendo en tono de broma: "porque si me lo hacen, ya veremos". De momento, no ha sido el caso, dice apuntando que aunque las condiciones no son las más adecuadas, "en algún sitio tienen que estar".

Pero no siempre la convivencia es tan pacífica. Son muchos los ciudadanos de Almendralejo que se refieren a la llegada masiva de inmigrantes, sobre todo rumanos, a la localidad con expresiones como "esto está invadido". A las naves patera se unen pisos ocupados por decenas de personas. El ayuntamiento reconoce saber de su existencia --aunque en el caso de las naves rebaja la cifra de medio centenar, que denunció UGT, a tres--, pero declara carecer de instrumentos legales para desalojarlos.

También la delegada del Gobierno, Carmen Pereira, ha dicho que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no pueden intervenir de espontáneamente y que las condiciones de habitabilidad son competencia de la Junta. Esta administración, por su parte, no contestó ayer a la petición de este diario sobre este tema. Mientras, chicas como Purbu Liliana Daniela (haciendo pan en la foto) o Laura Dobre pasan sus días en una tienda de campaña en una nave, entre cocinas de gas, zapatos, mantas y unas 50 personas.