Cuando la muerte se instaló en el subterráneo de Londres, la superficie también se apagó. Había caos, durante horas, con coches atrapados entre calles donde ya no se podía circular, y miles de personas que en lugar de coger el metro o el autobús tenían que ir a pie, a veces durante dos horas para cruzar sólo parte de la inmensa ciudad.

Pero después del caos llegó un silencio sepulcral, un abatimiento generalizado, dominado por una calma extraña. Tal vez porque, y eso es la gran diferencia con Madrid, apenas existen imágenes de la masacre, del alcance de las bombas. Casi todo quedó sepultado bajo el suelo, en ese underground tan concurrido, a excepción de la imagen de un autobús de dos pisos reventado por la dinamita. Para los ingleses era difícil imaginarse lo que había pasado en el tube , como ellos llaman a su metro.

Lluvia de cristales

Lo explica Chris Randall, uno de los pocos de los 700 heridos que pudo hablar ante las cámaras de la BBC, la televisión pública británica, después de salir con vida de uno de los vagones de metro. "Vi un rayo de luz y caí al suelo. Cuando me di cuenta que había sido un accidente, o es lo que pensé, intenté levantarme y buscar la salida. Pero todo era oscuro, había humo, y tuve la sensación de que mis manos se habían quemado. Había seis, siete personas más en el suelo, y mucha sangre", afirma el pasajero, como tantos otros que fueron ingresados en el Royal London Hospital.

También Jim Henning cuenta que vio "una luz amarilla. Y después, muchas cosas brillantes, que fue el cristal". Su cara maltrecha demuestra dónde acabó parte de esa lluvia de cristales rotos. "Noté la sangre y pensé que todo se había acabado. Pero cuando pude levantarme, me di cuenta de que seguía vivo". Con heridas, eso sí, pero no de las más graves. De los 300 ingresados anoche en hospitales londinenses, muchos presentaban lesiones terribles, sobre todo amputaciones. "Todas las heridas que un médico puede ver en una vida, las he visto en unas pocas horas", dice un socorrista a la salida de la estación de King´s Cross.

Normalmente, esta estación bulle de vida, de miles y miles de pasajeros que a lo largo del día entran y salen de Londres con trenes y hacen el transbordo a una de las líneas de metro. Ayer, King´s Cross, donde ya apenas llegaban coches por unas obras de mejora, era un lugar fantasmagórico, donde por la tarde sólo volvían a funcionar las líneas 8, 9, 10 y 11 del tren hacia el norte de la metrópolis. Dos policías se han sentado en el suelo, agotados. "Es un día muy largo", dice uno de ellos. "Largo y duro. Y todavía no ha acabado".

Agentes armados

De repente, Londres se ha llenado de policías. Los bobby´s sin pistola son sustituidos por agentes con armas, aunque en general predomina también entre esos agentes la calma que siempre parecen respirar. "¿Por qué todo el mundo está tan tranquilo?", se pregunta Steve, un cámara de una televisión local.

Será porque nadie ha visto imágenes de vagones destrozados, de heridos sentados en la calle, de familiares que se dirigen a una sala para identificar a los muertos, imágenes que marcaron los atentados del 11-M en Madrid. Detrás de Steve, a unos 100 metros, la policía acaba de colgar una sabana gigantesca para impedir la vista al autobús destrozado en Tavistock Square.

Sin taxis

"Pero hay miedo", dice Ray Efrem. "Se ve a mucha menos gente en la calle que lo normal. No hay más coches, porque muchos londinenses no tienen coche. Van caminando, buscan un bus desde que han vuelto a funcionar o cogen un taxi. Pero muchos de los 27.000 taxistas no han querido salir a la calle. Por miedo, supongo", continúa.

Un miedo que han sentido también Miriam Urbano, una monitora que está en Londres con un grupo de adolescentes de Córdoba para seguir cursos de inglés. Miedo que sintieron aún más los padres de los chavales, que hasta las 11.45 horas, tres horas después de los atentados, no lograron contactar por primera vez con uno de sus hijos, gracias a un mensaje de SMS, y recibieron una respuesta tranquilizadora. "Estamos bien".

A primera hora, el grupo quería coger el metro en Notting Hill, donde se aloja el grupo. "Estaba cerrada, y fuimos a la siguiente estación, Lancaster. Tampoco pudimos entrar ahí, pero nadie decía por qué. Cuando llegamos a Marble Arch, ya nos dijeron que el servicio se había quedado cortado y que había sospecha de una bomba. Fuimos a Trafalgar caminando, y ahí nos íbamos enterando un poco", dice Miriam.

Blair y Bush

Ahí, en la plaza más popular de Londres, se habían reunido la noche anterior miles de londinenses para celebrar la conquista de los Juegos Olímpicos del 2012. La inmensa alegría que salta de las portadas de los diarios matutinos, sin embargo, ha durado muy poco. En el vespertino Evening Standard, el jolgorio ha dado lugar a la sangre y la desesperación.

"No lo entiendo. Soy paquistaní, soy musulmán, pero según el islam matar a sólo una persona es como matar a toda la humanidad", cuenta Fasih Alikha, que observa los trabajos de rescate en la estación de Edgware Road cuando empiezan a caer las primeras gotas de lluvia. "Por supuesto que todo el mundo esperaba que un día le tocaría a Londres. Pero han matado a gente que seguro estaba en contra de la política de ir a la guerra de Irak. Siempre pasa lo mismo, nunca atentan contra Blair o contra Bush, sino contra gente que iba a su trabajo y que no tiene nada que ver con la política".