Ya no hay lugar seguro bajo el cielo de Bagdad. Las últimas masacres de civiles han convencido a los habitantes de la capital iraquí de que ellos, igual que las instalaciones militares y los palacios del presidente Sadam Husein, también están en la lista negra. Esta inseguridad es especialmente intensa en Hay Naser, el barrio donde el pasado viernes murieron 55 personas despedazadas cuando un misil de las fuerzas anglo-norteamericanas impactó en un mercado lleno de gente.

"Aquí vivíamos tranquilos, pues pensábamos que los americanos sólo iban a atacar objetivos militares y no a la gente", dice Ahmed, primo de Husein Diab, un joven de 15 años que murió a causa de la explosión, cuyo rastro, en forma de cráter y de charcos de sangre en el suelo, todavía quedaba allí como testimonio de la barbarie.

"Esa confianza en que en su barrio no iba a pasarles nada hizo que ayer por la tarde la calle estuviera llena de niños jugando y de mujeres haciendo la compra", explica Ahmed, mientras su rostro se contrae en la mueca amarga del que no entiende cómo pudo haber sido tan iluso. "Ahora en cambio --afirma-- vemos que no hay lugar seguro; que los civiles también somos objetivos de sus bombas".

El mercado del barrio Naser estaba enclavado en una zona muy pobre habitada por chiís y donde aparentemente no hay ninguna instalación militar.

Ayer, Ahmed estaba con toda su familia a la entrada de la gran carpa que colocaron para recibir el pésame por la muerte del joven Husein. Pero todo el barrio estaba de luto. Era como si la tragedia que causó el misil les hubiera caído a todos encima. No había familia que entre sus miembros no contara un muerto o un herido. Por eso, en las esquinas o ante las puertas de las casas se veían hombres abrazados y llorando como criaturas.

DOLOR COMPARTIDO

Furiosa, una anciana gritó: "Los pilotos americanos se emborrachan y se drogan antes de venir a bombardearnos". Apartadas de los hombres, las mujeres se consumían en su dolor juntas. Desde el quicio de las puertas se las veía envueltas en sus mantos negros, formando un magma doliente.

De tanto llorar a su madre, de 37 años, y a Fátima, su hermanita de sólo 4 meses, los ojos de Omar Abeid, de 19 años, se han encogido y sus mejillas lucen enrojecidas, como si alguien le hubiera abofeteado durante horas. "Mi madre volvía con mi hermana de comprar en el mercado cuando estalló el misil", dijo Omar, esforzándose para que sus palabras fueran algo más que un simple hilillo de voz.

"Miro a Dios y sólo espero que castigue a los criminales que han hecho esto", clamó Omar. Con enrabietada ironía, Faruk, un vecino, comentó: "Más les vale a los americanos no pisar nunca este barrio. ¿Acaso cuando entren van a decirnos: ´Uy, sentimos lo de la masacre?"