Siete franciscanos ejecutados en Azuaga en septiembre de 1936 serán beatificados, junto a otros 491 "mártires españoles del siglo XXI" --como les ha denominado la Iglesia--, el próximo 28 de octubre en Roma. El único objetivo es, según la Iglesia, reconocer que hay testigos del Evangelio "que han amado a Jesucristo por encima de su propia vida pudiendo haberla salvado". Sin embargo, para algunos la coincidencia de este acto con la tramitación en el Congreso de la Ley para la Memoria Histórica no es casual, lo que ha llevado la celebración religiosa al centro de la polémica.

Según la Conferencia Episcopal, no obstante, el acto "no tiene nada que ver con la agenda política". Así lo aseguró el pasado martes el portavoz de este organismo, Antonio Martínez Camino, quien aclaró que se trata de "una fiesta religiosa y un acto de justicia" que "no va ni está orquestada contra nadie". De acuerdo con esta versión, se trata únicamente de honrar a los religiosos que murieron por su fe durante la Guerra Civil.

Este sería el caso de los siete franciscanos ejecutados en Azuaga en septiembre de 1936, localidad a la que fueron trasladados desde Fuente Obejuna, donde habían sido detenidos dos meses antes. El grupo estaba formado por José María Azurmendi de Larrínaga, Félix Echevarría Gorostíaga, Luis Echevarría Gorostiaga, Francisco Jesús Carlés González, Simón Miguel Rodríguez, Miguel Zarragua Iturrízaga y Antonio Sáez de Ibarra López.

Además, la archidiócesis de Mérida-Badajoz ha identificado también a una octava religiosa que, aunque no murió en Extremadura, sí que estuvo destinada en la región. Se trata de Apolonia Lizárraga del Santísimo Sacramento, por aquel entonces General de las Carmelitas de la Caridad, que comenzó su apostolado en Trujillo y después estuvo en Villafranca de los Barros. Fue ejecutada en la checa de San Elías (Barcelona) a los 69 años de edad.

Según la visión católica, la causa de la beatificación de los 498 mártires es que recibieron muerte por ser integrantes de la Iglesia. Pero en el caso del grupo de los siete franciscanos ajusticiados en Azuaga --, el motivo concreto del martirio fue su negativa a blasfemar. Así, tras pasar dos meses detenidos en Fuente Obejuna, donde el comité local comunista se opuso a su muerte, fueron trasladados a Azuaga, a solo 20 kilómetros de distancia, pero en la provincia de Badajoz.

Una vez en el municipio pacense, los milicianos les forzaron --siempre según la visión de la Iglesia-- a pronunciar vivas a Rusia y a la República, lo que hicieron en voz baja, y blasfemias, que rechazaron pronunciar. Entonces fueron llamados a fusilar de dos en dos, excepcto Felix Echevarría, guardián del convento de Fuente Obejuna, que animó a todos a estar unidos y orar y fue dejado para el final.

Los responsables eclesiásticos han recuperado la trayectoria de los frailes franciscanos que próximamente serán beatificados. En la mayoría de los casos, proceden del norte de España,sobre todo de Vizcaya, y coincidenen dos momentos de su vida:una primera fase formativaen el Colegio Seráfico de Regla,en Chipiona, y la final en el conventode Fuente Obejuna, dondese encuentran por diversos motivosen el momento de su detención,en julio de 1936.

Así, por ejemplo, mientras elfraile Echevarría estaba encargadodel convento desde hacía másde dos años, el hermano Sáez deIbarra estaba en la localidad cordobesapara recuperarse de unagrave enfermedad de garganta yse disponía a regresar a Chipionacuando le sorprendió la “persecuciónreligiosa”. Igualmente,las edades de los ejecutados enAzuaga son bastante dispares yvan desde los 66 años con quecontaban los más mayores (Azurmendiy Zarragua) a los 22 deSáez de Ibarra.

Pero a la hora de recordar lahistoria de estos franciscanosreaparecen las diferencias entrebandos. De hecho, no es difícilencontrar en internet una lecturadistinta, la “republicana”, delos martirios según la cual losfranciscanos habrían sido detenidospor “tener depósitos de armas,explosivos y planes de insurrección”y “colaborar con lasfuerzas sublevadas”.