Hace cinco años que murió su marido, pero a ella le sigue doliendo como el primer día. No puede evitar emocionarse cuando recuerda esa fecha concreta en que perdió a su compañero de viaje: «Es muy reciente», expresa entre lágrimas que se le escapan. Para que desaparezca esa tristeza que aflora, Patrocinio, que es como un ángel de la guarda para ella, se levanta y le da un beso en la frente: «Tranquila, Pilar», le dice. Entre ellos hay un cariño especial que surge de la admiración mutua: ella por su generosidad de ofrecer tiempo y compañía a cambio de nada y él porque ve a una luchadora que día a día se enfrenta a sus numerosos achaques, entre ellos, la fibromialgia.

Hoy tocaba visita de un voluntario de Cruz Roja a su domicilio. También era uno de los tres días a la semana que una trabajadora del ayuntamiento la ayuda durante dos horas con las tareas del hogar: «Cuando tengo fuerzas soy yo quien hace la comida». Ha estado entretenida, de manera que ha sido una buena mañana.

MADRE Y ABUELA / María del Pilar Pérez Hernández, que procede de la Sierra de Gata, tiene 74 años y vive sola en su casa de Cáceres. Es madre dos hijos y abuela de cuatro nietos (la mayor ya ha cumplido los 15). Todos residen también en la capital cacereña y ella no duda en insistir que siempre están pendientes de cómo está y que, cada vez que es posible, la visitan, la llaman o salen un rato juntos a la calle. Pero aunque se deshace hablando de su familia, no puede evitar sentir que la soledad es su eterna compañía.

«Yo entiendo perfectamente que mis hijos deben tener su vida, su propio hogar, su núcleo, al igual que yo lo tuve, porque es lo lógico. Comprendo que el trabajo ocupa muchas horas y que también necesiten su parte de ocio. Es cierto que cada vez que pueden están aquí conmigo, pero quizás deberían llamarme más, porque hay días que no hablo con nadie», expresa Pilar. Pero a la vez reconoce que para ella nunca será suficiente, por ejemplo, el tiempo que pasa con sus nietos.

«Cuando era pequeñitos estaban siempre aquí y mi casa estaba llena de vida, pero entre la muerte de mi marido y que ellos han ido creciendo, lo que encuentro ahora es un vacío muy grande. Y lo cierto es que nadie tiene la culpa, pero la vida es así». Al fin y al cabo, su soledad es inconsolable.

ESCENARIO COMÚN / La situación que describe Pilar es una realidad común entre las personas que ya han entrado en la última etapa de la vida. Tal y como ella relata y confirma el voluntario de Cruz Roja -que presta su compañía y da conversación a personas en situaciones similares- encontrar el equilibro entre el derecho de hijos y nietos a tener su propia vida y evitar la tristeza que produce la soledad a los mayores se convierte en una tarea difícil.

«En este caso ella cuenta con su gente y necesita menos nuestros recursos, pero atendemos a mayores que están completamente solos porque no tienen familia o ésta vive lejos, y la situación es de mucha tristeza», expresa Patrocinio Pérez Pereira.

Pero Pilar no duda en afirmar que lo que le ofrece Cruz Roja es fundamental, porque, subraya, sentirse sola no es lo mismo que estarlo pero duele igual.

Entre las labores que ofrecen desde esta entidad está la de acompañarlos al médico o al banco (para evitar fraudes, entre otras cosas, ya que las casos de explotación financiera son frecuentes en este tipo de población) y ofrecerles una conversación amena. «Son ellos y ellas quienes nos llaman y nos dicen: ¿Pueden venir a acompañarme un ratito? Nuestro objetivo es darles un poco de alegría», subraya Patrocinio.

LAS CIFRAS / Según los datos que maneja el INE (Instituto Nacional de Estadística), uno de cada cinco extremeños de más de 65 años viven solos en la comunidad. Suponen casi 50.000 personas que, mayoritariamente, se han quedado viudas. La cifra ha aumentado un 8% en los últimos tres años y, según las previsiones del INE, se espera que el dato siga aumentando, por lo que la población será cada vez más anciana. Por sexos, casi el 70% son mujeres en vivencias similares a la narrada por Pilar.

«Cuando estoy sola pienso mucho. Me acuerdo del pasado tan feliz que he tenido y entonces me entra nostalgia. Pero otras veces también me da por pensar todas las cosas que me pueden pasar viviendo sola, y me asusto», asegura.

Influye que, hace un año, tuvo una caída con fracturas múltiples en la que perdió el conocimiento. Pero supo pedir ayuda: «Mis hijos se han encargado de que tenga (colgado del cuello) un dispositivo de teleasistencia que cuando lo pulso, automáticamente desde Cruz Roja los llaman por teléfono».

Pilar duerme sola y dice que hay noches de invierno en que se siente mal anímicamente debido a que los dolores se acrecientan. «Pero yo tengo una fe muy grande y honda y me agarro a ella». De hecho, el mueble del salón de su casa lo preside, junto a numerosas fotos de sus nietos, una imagen de Corazón de Jesús. Y otra más adorna la puerta de entrada al hogar.

UNA RESIDENCIA / En cuanto a la opción de una residencia de ancianos, explica que lo piensa y analiza. «Pero llego a la conclusión de que, aunque tengo muchas limitaciones, todavía me encuentro joven para estar ya allí el tiempo que me quede». De momento prefiere permanecer en su casa, en la que lleva viviendo 46 años.

Todos los meses el voluntario de Cruz Roja le mide la tensión y el peso. Estos días también se hace una ronda frecuente de llamadas para recordarles que, aunque no quieran, deben beber mucha agua para evitar las consecuencias de las altas temperaturas que resiste Extremadura (en alerta naranja).

Pero también hay cabida para el ocio. A veces salen de excursión con los demás usuarios de Cruz Roja. La última vez visitaron Guadalupe. «Ahora estamos haciendo un libro de recetas de cocina con las aportaciones de todos», expresa con satisfacción Patrocinio.

ESTUDIAR UNA CARRERA / Paradójicamente, Pilar estuvo mucho tiempo cuidando a personas mayores. Le hubiera gustado estudiar una carrera, «pero mis padres no querían que saliera del pueblo, porque no se veía bien que una chica joven viviera en un piso con otras personas, así que me tuve que quedar».

Ahora hace balance de su vida y sigue con ganas de pelear. «Soy una persona con bastante coraje», subraya. Y vuelve al principio de la conversación: «Yo entiendo que siempre sentimos que vienen poco a vernos, pero una madre nunca se cansa de esperar».

Echa de menos a su marido todos los días y aún debe seguir aprendiendo a vivir con ese vacío. E insiste en que la situación que a ella le ha tocado vivir no tiene culpables. «Mis hijos son maravillosos y buenísimos», quiere dejar claro. Aunque también reconoce que no puede evitar que la soledad sea una de sus enfermedades.