Yo no había nacido cuando Marcelino marcó su gol en 1964 que valió para la primera Eurocopa de España. Sí tuve la suerte de vivir el nacimiento de Fernando Torres como futbolista, su sufrimiento como jugador del Atlético de Madrid, su crecimiento en Inglaterra y su salto al estrellato con el golazo que anoche nos hizo tocar el cielo, un gol que no olvidaremos nunca.

Personalizo en El Niño, como icono de una generación única, pero lo podría hacer con Carles Puyol, grandioso, con Xavi Hernández, maestro, con Iniesta, con san Iker Casillas, que ha trabajado muy poco los dos últimos partidos, con el Guaje David Villa. Este sueño refrenda el salto que da el deporte español. Porque tenemos a Rafa Nadal, a Pau Gasol, a Fernando Alonso, a Alberto Contador, pero a España le faltaba esta alegría en el fútbol que nos ha hecho explotar.

La España deportiva dio su primer gran salto de calidad con los Juegos de Barcelona, lo refrendó en múltiples disciplinas, pero hoy vive un nuevo punto de inflexión. No es solo hacer historia, también importa cómo. Porque España ha ganado jugando bien, sentando cátedra, abriendo bocas, maravillando. Gran esencia en pequeños tarros. La selección más bajita de la Eurocopa ha sido la más grande, con 23 gigantes que nos han maravillado, encogido el corazón y hecho disfrutar como hacía muchos años.

Seguro que cuando tenga este periódico en las manos, se habrá cruzado con mucha gente sonriente, feliz, porque este éxito es un maravilloso virus contagioso.

La última reflexión tiene que ser para Luis Aragonés, que deja la selección con un estilo, con un título, con un futuro maravilloso. El Sabio que necesitaba España y que tantas bocas, empezando por la mía, ha tapado.