La compra la hacen los hombres. Se les ve por las calles del pueblo cargando con bolsas de patatas y paquetes de fiambre. No tienen complejos ni para ir a la charcutería ni para rozarse físicamente: se besan al saludarse entre ellos, van a veces de la mano, se palpan sus partes pudendas con naturalidad ancestral.

Ellos están todo el día en la calle. Ellas salen muy poco de casa. Ellos, sobre todo los jóvenes, gustan de ir arreglados, vistiendo ropa de marca y calzado deportivo americanizado. Ellas rompen menos con su cultura y van más clásicas. Ellos se mueven por las salas de juego e, incluso, van a discotecas. Ellas no suelen salir de sus casas si no es acompañadas por sus madres.

Un día en Talayuela da para mucho. Sobre todo para trasladarse durante unas horas a otro mundo, a otra cultura. Este pueblo cacereño se ha convertido en un caso demográfico de libro: en 1900 tenía 400 vecinos; en 2003 cuenta con 11.471 habitantes, de los que 4.578 son inmigrantes.

Mientras que en el resto de España la población foránea es el 5 % del total, en Talayuela llega al 40 %. Según las fuentes, en la capital del municipio y en sus cuatro pedanías conviven entre 22 y 26 culturas diferentes. Aunque la mayoritaria es la marroquí.

Cuando los cultivadores de tabaco de la comarca cambiaron sus plantas de Burley negro por las de Virginia rubio, se disparó la necesidad de mano de obra. Primero llegaron los gitanos portugueses y los polacos, que no se quedaron. A finales de los 80 comenzó el aluvión de trabajadores marroquís, que empezaron a establecerse en el pueblo.

Mohamed Abbas, traductor y activo impulsor de programas de integración de Cruz Roja, nació en Tetuán y llegó a Talayuela en 1990. "Entonces se veían inmigrantes durmiendo debajo de los puentes o viviendo hacinados en los secaderos de tabaco. Del 91 al 96, el inmigrante tipo era un hombre solo que iba de un lado para otro con las campañas agrícolas. En 1996, cambia la ley, ya puede traerse a su familia y se asienta en el pueblo", recuerda Abbas.

LA RUTA DE LAS COSECHAS

Hoy, los inmigrantes siguen haciendo cada año la ruta meridional de las cosechas, aunque la mujer y los hijos se quedan en Talayuela: en julio el tabaco, en septiembre el pimiento, en diciembre la aceituna en Jaén, en enero la hortaliza en Murcia, en febrero de vuelta a Talayuela para recoger el espárrago y en abril, a Marruecos de vacaciones.

El inmigrante en Talayuela cobra lo mismo que un trabajador agrícola español y ya no vive en el secadero. Los solteros suelen ocupar habitaciones en la propia plantación y los casados alquilan casas o las compran. Con los años, se han agenciado un coche de segunda mano y detrás han ido llegando los electrodomésticos de primera necesidad: el horno para el pan tradicional, la televisión con la parabólica para ver la cadena Al Jazeera, la nevera, la lavadora.

Los niños están escolarizados (200 de los 650 alumnos del colegio público son hijos de marroquís y en el instituto hay 116 jóvenes marroquís y cuatro colombianos de un total de 500). Las estadísticas y los comentarios recogidos por el pueblo demuestran que no hay conflictos ni inseguridad ciudadana.

Con estos datos se ha extendido la imagen de una Talayuela idílica y paradisíaca calificada por la prensa y la televisión como un milagro de integración, habitualmente contrapuesto al infierno racista de El Ejido.

"La integración no es tan real. Talayuela no es un jardín del edén como pintan los periódicos. No hay conflicto, pero tampoco hay buena relación. Las dos comunidades se respetan por razones económicas y laborales, pero no hay ningún enlace porque ambas comunidades no quieren", resume su punto de vista Miguel Paniagua. Su opinión no es una más pues se trata del Presidente de la Asamblea Local de Cruz Roja en Talayuela.

La oficina de esta ONG en la calle principal del pueblo es el eje alrededor del que gira la vida del inmigrante. Cruz Roja lleva adelante dos programas de atención al extranjero y de lucha contra la discriminación. Aunque más allá de los programas, lo que cuenta es la confianza con que decenas de inmigrantes acuden cada día a la oficina y cómo ponen sus problemas y su futuro en manos de sus trabajadores sociales.

Miguel Paniagua asegura que las dificultades de integración se deben a que la población autóctona no está sensibilizada y la comunidad magrebí tampoco quiere adaptarse y prefiere vivir en su microcosmos cultural, donde cuenta con todas las necesidades satisfechas, desde la sanidad y la educación, que dependen de la Junta, hasta la religión, el ocio o el consumo, que son facilitados por la iniciativa privada marroquí.Así, el inmigrante cuenta con dos bazares-charcutería como el de Mohamed, donde se surte de carne, colonia, ropa tradicional, té árabe, dulces amasados sin grasas animales, etcétera. De allí puede ir a relajarse a alguno de los dos bares marroquís como la tetería Barraca, donde no se vende alcohol, pero sí té, café, refrescos o zumo.En una nave se ha levantado una mezquita y un ala del matadero municipal ha sido cedida por el ayuntamiento para que se sacrifiquen los corderos, aves, conejos y terneras según el rito mahometano: degollándolos mirando a la Meca mientras el matarife musulmán recita un versículo del Corán.Así, entre la tetería Barraca, el gran bazar de Mohamed y la parabólica conectada con cadenas árabes, el inmigrante puede vivir en Talayuela sin perder sus costumbres ni su cultura.Por su parte, la población extremeña autóctona mantiene sus ritos religiosos, tiene sus tiendas y sus bares, donde resulta sorprendente, aunque nadie protesta por ello, encontrarse con clientela magrebí, y vive su vida sin que haya más punto de encuentro que algunas asociaciones interraciales o determinadas actividades interculturales esporádicas. "No hay conflicto y hay respeto, pero no integración", resume el Presidente de Cruz Roja.Sin embargo, en la prensa nacional aparecen con frecuencia bellas historias de Talayuela con matrimonios entre españolas y marroquís o viceversa. Mohamed Abbas matiza la cuestión de las parejas mixtas. "No llegan a la docena y varias son con ciudadanos polacos. En Francia hay un 25 % de mujeres magrebís casadas con franceses porque hay una mayor relación a causa del idioma. Allí la situación es distinta".¿Qué sucede sin embargo con los jóvenes de la segunda generación de inmigrantes? "En Primaria, la integración es fácil, apunta Abbas, pero en Secundaria resulta más complicada por el desarraigo, la edad del pavo, las dos culturas. Los chicos del instituto salen juntos, pero marroquís con marroquís, casi nunca con españoles y los casos de pandillas interculturales no son significativos".Mohamed Abbas actúa como mediador intercultural en diversos institutos de la comarca. Es un programa que favorece la mediación entre los alumnos inmigrantes y la dirección y entre el equipo directivo y las familias, además de impartir cursos de cultura árabe a los profesores.NO SIN MI MADREDe su experiencia extrae conclusiones como que los hijos de los inmigrantes no tienen la misma ideología que el padre, "son más rebeldes y van a los cíber, a los recreativos, a las discotecas... Pero las chicas de 14 a 18 años tienen más inculcada la cultura familiar y no salen casi de casa o si lo hacen es en compañía de sus madres".Aunque suele ser un dato que no se cuenta a los periodistas, diversos trabajadores sociales comentan que en el instituto existe conflicto entre los chicos marroquís y españoles y no hay una gran fluidez de relaciones ni de compañerismo.Ver más