"Viene Bono, y también Zapatero, y el desfile pasa por la Fuente Luminosa", decían dos mujeres sentadas en primera fila desde las diez de la mañana, ciertamente presas de la confusión, pues ni Bono ni Zapatero venían al acto castrense, ni tampoco las tropas tenían previsto desfilar junto a la fuente que diseñó Carlos Buhigas en el ensanche cacereño. Porque aunque la fiesta final de la Guardia Civil supo a poco (algo más de una hora), lo cierto es que la respuesta de Cáceres fue masiva. El desfile, cargado de espectacularidad y presidido por el ministro Alonso, atravesó los 380 metros de la avenida de Antonio Hurtado ante un público entregado, que superó las 15.000 personas, según estimaciones de la policía local cacereña.

Los vecinos madrugaron para engalanar con banderas sus balcones y las 800 butacas dispuestas por la organización en las tribunas se abarrotaron. Las aceras, desde los bloques de los militares hasta la plaza de América --recorrido exacto del desfile--, se colapsaron. Desde las ocho de la mañana, 36 agentes de la policía local (el director general de la Guardia Civil, Carlos Gómez Arruche, les felicitó por su dedicación durante esta semana), 50 del Cuerpo Nacional de Policía y 60 de la Benemérita controlaban la ciudad, cuyo centro quedó cerrado hasta las cuatro de la tarde, hora en que se restableció de nuevo el tráfico.

Distinciones

El acto se aprovechó para hacer entrega de las condecoraciones al mérito de la Guardia Civil, repartidas entre comisarios, tenientes generales, magistrados, jueces, generales de división, coroneles, comandantes... Y en la larga lista se encontraban también el alcalde de Olivenza, Ramón Rocha, y el almirante jefe del Estado Mayor de la Armada, Sebastián Zaragoza, que recibieron cruces de plata.

El desfile transcurrió sin apenas incidentes. Unicamente, al comienzo tuvo que entrar una ambulancia de DYA porque una persona del público sufrió un desmayo y hubo de ser trasladada al hospital San Pedro de Alcántara. Además, dos médicos de la Benemérita atendieron a dos guardias civiles (un hombre y una mujer) que se sintieron indispuestos y abandonaron su participación.

La organización fue magnífica, excepto en lo que se refiere a la tribuna de prensa. Era pequeña para los periodistas acreditados y no tenía escaleras (había que trepar para acceder a ella). Personas del público quisieron ocuparla, pero agentes y organizadores lo evitaron, algo que originó un pequeño incidente, imperceptible para el resto de cacereños (más del 20% de la población) que al grito de "viva, olé y guapo" contemplaban emocionados el discurrir de tropas y escuadrones. Entre las autoridades, un satisfecho Saponi comprobaba la acogida de Cáceres a este acontecimiento, importante para su promoción exterior. Mientras, en Cánovas, unos niños gritaban: "¡Vamos, que ya ha empezado la guerra!".