Iba a ser un trámite. Así lo diseñó el bipartidismo imperante y así trato de gestionarlo el Ejecutivo. Pero el plan no funcionó. Lejos de ser la epifanía de la normalidad constitucional, acabó convertido en la escenificación de la ruptura del pacto constitucional. El Gobierno puede negarlo cuanto quiera, pero lo cierto es que las cosas tienen que cambiar porque de hecho ya han cambiado.

Mariano Rajoy leyó ese discurso que se hace en las cenas de empresa cuando se jubila alguien apreciado. Solo faltó entregar el reloj corporativo. No pasa nada, vino a resumir; y si pasa, o no toca, o no es oportuno, o es inconstitucional. Rubalcaba construyó el único discurso que podía hacer. Se mostró coherente con la historia reciente de un PSOE que no va a recuperar la credibilidad a base de acostarse monárquico y levantarse republicano. Pero también estuvo inteligente al anunciar un tiempo nuevo y el compromiso socialista con una revisión federalista de la Carta Magna. El líder de la oposición saliente firmó ese discurso de líder político con visión que el presidente del Gobierno había renunciado a hacer.

Tras impartir una impecable lección sobre qué es y no es "política pequeña", Duran Lleida abrió con sutileza el desfile de portavoces que se situaron fuera del pacto constitucional, pero dentro de la demanda de una reforma integral de un sistema que deberíamos haber ido actualizando con tiempo y paciencia, pero preferimos agotar hasta la extenuación. Cayo Lara , sin florituras pero con su acreditada contundencia, prosiguió con los trabajos de demolición de un consenso que ya es historia y donde solo quedan uno y medio: el PP y medio PSOE. Las cargas de profundidad fueron cayendo arrojadas por los sucesivos oradores. La forma política del Estado, la necesidad de instituciones más transparentes, la división de poderes, la calidad de la democracia, la estructura del Estado o el equilibro territorial...

Sobran los motivos para iniciar un proceso de reforma constitucional que abra las ventanas, deje entrar aire fresco y nos reconecte al mundo que emerge tras la Gran Recesión. Convendría hacerlo ahora. Cuando aún queda tiempo, ganas y voluntad. Mañana puede ser tarde. Todo el mundo lo sabe y todo el mundo lo dice, menos el presidente y el partido que gobiernan.

El cambio no supone una excepción, ni en la vida, ni en la política. Es lo normal, ley de vida y ley política. Puedes aceptarlo e intentar anticiparlo y gestionarlo. O puedes esperar a que te arrolle. Rajoy cree que esto de la reforma es ruido político y mediático que le importa a pocos. Que a la gente lo que de verdad le preocupa es averiguar si se arregla la economía y se acaba la crisis. Si vuelven el empleo y el crecimiento, el barullo del cambio constitucional y el agotamiento del modelo de la Transición desaparecerá tan rápido como llegaron. No hay peor ciego que aquel convencido de que siempre son los demás quienes no ven.