La clase es un atlas. En unos pocos metros cuadrados comparten pupitre y mapa. Pocos podrían adivinar que Cáceres recorre el planeta cada día a unos metros del centro. Tras un recóndito patio encajado en la calle, se esconde un edificio donde la ciudad respira mundo. Austero, sin pretensiones y camuflado para el resto, como si no quisiera que alguien presagiara que en un espacio reducido se encuentran tantos orígenes, silencia una torre de Babel insólita entre 90.000 habitantes.

En esta escuela los alumnos no se conocen por el nombre y apellido, lo hacen por el nombre y el país. Todos saben de dónde vienen porque salieron de su casa por lo mismo: una vida mejor. La mayoría cuando llegó ni siquiera sabía el idioma. Pero aquí la palabra no es problema. A las seis aprenden matemáticas y a hora siguiente, otros tantos mejoran una lengua que ahora también es la suya. Hoy deberían haber venido las alumnas de Rumanía, pero no lo han hecho, se lamenta una profesora. En esta escuela no hay tiempo para quejas porque hay que dedicarse a los que sí han llegado. Están en el aula tres, ¿el aula tres? Hay que bajar las escaleras y a la derecha. Puede parecer un laberinto, pero no tiene pérdida. La clase, diáfana, distribuye sin personalidad su pizarra y unos escritorios de instituto. Podría pasar por cualquier otra salvo porque en esta, al mismo tiempo que los alumnos reciben una lección, dan otra más importante: una de convivencia y diversidad.

En el Maestro Martín Cisneros estudian 4.051 personas repartidas entre su sede central en Cáceres, que acumula el grueso de estudiantes, y sus nueve aulas adscritas en Alcuéscar (84 alumnos), Arroyo de la Luz (162), Brozas (149), Casar de Cáceres (42), Garrovillas de Alconétar (100), Madroñera (47), Malpartida de Cáceres (65), Trujillo (190) y Valencia de Alcántara (211). Del total de estudiantes que acumula el espacio, 271 no nacieron en España y proceden de hasta 45 países diferentes. Es uno de los centros con más nacionalidades entre el alumnado junto al centro Abril de Badajoz, al de Plasencia y al de Navalmoral de la Mata. Marruecos (28 alumnos) y Rumanía (22) encabezan un abanico que completan Alemania (10), Argelia (3), Argentina (7), Bolivia (16), Brasil (7), Gran Bretaña (1), China (8), Colombia (13), República Dominicana (3), Ecuador (6), Honduras (14), India (2), Kenia (4),, Méjico (2), Nicaragua (3), Nigeria (4), Paraguay (6), Perú (2), Portugal (9), Rusia (1), El Salvador (1), Senegal (3), Sudáfrica (2), Suiza (2), Corea del Sur (2), Uruguay (2), Bolivia (4), Brasil (3), Camerún (5), Colombia (17), Cuba (3), Guinea (2), Honduras (12), Kenia (8), Panamá (1), Congo (2), Siria (3), Ucrania (4), Centroáfrica (1), Gambia (1), Marfil (2), Palestina (1) y Polonia (1).

En esta escuela no hay edad. Marielanny Reyes es la benjamina. Tiene 19 años y es de República Dominicana. Quiere ser enfermera y tiene que aprobar las asignaturas para las pruebas de acceso. Por cercanía, comparte asiento con sus compañeras latinas, mucho mayores que ella, pero insiste en la «riqueza cultural» que le aporta convivir con tantas nacionalidades unas horas al día. Unos pocos más, 23 años, tiene el camerunés Bernard Beaugoui, que alza la mano y la voz. «Pregúntame a mí», anota. Con la seguridad que le otorga la juventud, acaricia con gracia las rastas peinadas de su colega Stephen Mbadugha, de Nigeria. Tiene una risa que contagia a la clase. Los tres llevan apenas dos años en Cáceres y coinciden en que estudian para buscar un trabajo. ¿De qué? «De lo que salga», responde a sus 25 años y en un perfecto español Amir Aboufaris, otro de los más jóvenes de la clase.

En esta escuela no hay miedo. Héctor Padilla se marchó hace años de Honduras, uno de los países más peligrosos del mundo. Fue pintor en Tegucigalpa, pero se fue porque «no se podía vivir». Él tiene ahora 27 años, pelo engominado. Recuerda que cuando llegó a Cáceres se fijaba en los grafitis con temor, en su país «solo los hacen los pandilleros». Y pandilla significa peligro. Ahora «se siente seguro». Allí no salía de casa porque «o te roban o te matan, una de dos». Tiene dos hijos y está en clase «para sacarlos adelante». Lo mismo quiere para sus dos hijos Mariela Domínguez, de Bolivia. Compagina el estudio con el trabajo en casas por horas. «Quiero darles ejemplo y un mejor futuro», apostilla. En primera fila, Yeimi Ponce, de Honduras, recupera los años de estudio que perdió, Jenny Soria de Bolivia, trata de convalidar Bachillerato, Eliene Ferreira y Thiago Carvalho, ambos de Brasil, buscan «una nueva vida». En la última, Yeuhen -Eugenio, en español, traduce- Symyniuk, de Ucrania, saluda con respeto a todo aficionado al Real Madrid. «Pronto visitaré el estadio», anhela en un descanso de la clase. Poco tienen que ver entre ellos, pero no importa. «Todos somos amigos», confirma Eugenio.

En esta escuela no hay diferencia. Tanto estudia Yolanda Cordova, de Ecuador, artesana que hace unas semanas vendió sus productos en el Womad y que estudia para «demostrarse que puede salir adelante» como Khalid Kanbouchi, de Marruecos, soldador sin empleo con casi veinte años en Cáceres o Issiaga Fernández, de Guinea Conakry, un artista que muestra sus mezclas musicales en el móvil con la mano en la que luce una calavera. Quizá uno de los casos más particulares lo protagoniza Walter Mba, un profesor universitario en Camerún, su país, que habla cinco idiomas. «En español», le reclama su profesor Pedro Muriel, «tiene que mejorar español». Luce un aspecto impecable, camisa planchada y tirantes y relata cómo abandonó su hogar por su creencia religiosa. La particularidad del centro es la «heterogeneidad» del alumnado. «Ya no solamente es que haya gente de diferentes países, es que dentro del mismo país, el nivel cultural es muy variado», pone de manifiesto la directora del centro, Araceli Rubio. Como consecuencia, se genera un clima de «convivencia» que luego favorece la «integración» en la propia ciudad.

En Extremadura estudian 1.584 inmigrantes principalmente en los 21 centros de enseñanzas a personas adultas, 8 en Cáceres y 13 en Badajoz. También reciben formación en 36 aulas de adultos, 18 en cada provincia, en institutos que imparten educación secundaria -6 en Badajoz y 2 en Cáceres- y 11 que hacen lo propio con Bachillerato -8 en Badajoz y 3 en Cáceres-. Se forman varias disciplinas, desde competencias básicas, inglés, lectura, alfabetización digital, artesanía, competencias clave -lengua y matemáticas- o preparación de pruebas para acceder a estudios superiores. Sea para lo que sea, aprenden cada día y lo más relevante, algo que ellos desconocen, enseñan.