Era jueves. Faltaban unos días para el inicio de las fiestas patronales de agosto y las calles del pueblo comenzaban a llenarse de banderitas y forasteros . Eso sí, forasteros de los de casa, de los que partieron hace unos años pero nunca faltan a la cita anual con sus raíces, con su tierra . Su tierra , su cerro El Castillo , su romería entre pinos y alcornoques, su recuperada tradición de las Brujas Blancas . Su tierra , puerta de Las Villuercas.

Poco antes de las dos de la tarde el ambiente festivo se enrareció. Olía a quemado. Un incendio, iniciado por causas desconocidas --entonces, ahora, un año después, y probablemente para siempre--, quemaba la masa forestal que rodea Cañamero (pinos, sobre todo, aunque también encinas, alcornoques, castaños y robles). Un incendio amenazaba su tierra e, incluso, algunas viviendas, ya que el fuego se encontraba a solo unos 200 metros de varias unifamiliares.

Juan Carlos Herrera, agente forestal de esta localidad que, además, le vio nacer, fue uno de los primeros en intervenir. "Yo estaba de guardia --explica-- y di la alarma. Tardé un poco porque desde el puesto de vigilancia tenemos un ángulo muerto que nos impide ver esa zona, así que cuando noté el humo, el incendio ya estaba extendido". Además, las condiciones climatólogicas de aquel 21 de julio del 2005 no solo eran favorables a la propagación de las llamas, sino que eran "una auténtica bomba".

´Regla de los tres 30´

"Se materializó lo que nosotros llamamos la ´Regla de los tres 30´ --cuenta Angel Martínez, uno de los bomberos que participaron en la extinción de los incendios del año pasado-- , es decir, la humedad estaba por debajo del 30%, la temperatura por encima de los 30 grados y la velocidad del viento por encima de los 30 kilómetros por hora". En concreto, los valores estuvieron en torno al 18% de humedad, 38 grados y 36 kilómetros por hora.

Así, el fuego tardó poco en extenderse hacia Guadalupe. En dos horas y media ya había pasado la carretera que une las dos localidades aunque, por fortuna, la dirección del viento había salvado las casas amenazadas. Lo que nadie pudo salvar fueron los árboles, la fauna, la naturaleza. El difícil acceso a la zona, que impedía la llegada de los hidroaviones, complicó todavía más la situación. Por si fuera poco, aparecían nuevos focos en Alía, Navalvillar y Castañar de Ibor.

Según los lugareños, la explicación no tiene misterio. "Hay muchas rencillas, por temas de caza o por lo que sea, y al surgir el primer fuego aprovecharon para seguir prendiendo mecha", afirma el alcalde de Alía, Gabriel Archilla, corroborando la opinión mayoritaria, aunque indemostrable. En verdad, lo que ahora importa a los vecinos no son las causas, sino las soluciones y, sobre todo, si volverán a ver su tierra como era, con todo el esplendor de una de las zonas más bellas de Extremadura.

Guerra a la erosión

En este sentido, el objetivo está claro: recuperar la riqueza ecológica de la superficie calcinada lo antes posible. Para ello, la Junta encomendó a Tragsa --empresa de capital público-- la limpieza de los montes, tanto públicos como privados (previa autorización del propietario), que se quemaron. Con objeto de evitar la erosión de las primeras lluvias, Medio Ambiente estableció un área de carácter "urgente", de entre tres y cuatro mil hectáreas, donde se empezó a actuar en septiembre.

A día de hoy, los operarios siguen talando los árboles que se quemaron y cuya madera (de menos de 15 centímetros de diámetro) no se ha podido vender. Después procederán a su trituración para, más adelante, empezar a repoblar. Gran parte de los trabajadores que realizan esta tarea proceden de la zona y conocían la belleza de lo que ahora es un paisaje desolador.

Para ellos, no es fácil enfrentarse día tras día al resultado de aquellas trágicas jornadas, que algunos incluso vivieron en primera persona, pero confían en que su labor contribuya a recobrar lo que era un entorno natural envidiable. De hecho, de camino a uno de los cerros donde actualmente se está trabajando, Juan Carlos Herrera, el guarda forestal, recuerda unas fotos de la zona que hizo hace ya más de dos décadas. "Había nevado y esto parecía Canadá. Ahora no sé ni lo que parece, pero era muy bonito. Y volverá a serlo, comenta emocionado.

También los bomberos del retén de Alía, al que pertenece Angel Martínez, recuerdan con tristeza la magnitud y el resultado de los incendios del 2005. No todos trabajaron esos días --el fuego tardó una semana en darse por extinguido--, pero todos lamentan el terrible desenlace "que puede repetirse cualquier