Tras tres lustros de convivencia, el euro está integrado en nuestras vidas, ya casi «pensamos en euros» y la economía española no se puede entender sin la divisa común y la política monetaria del BCE. Estos quince años han constituido un periodo complejo. El euro y el ciclo han pasado por dos etapas diferenciadas y hoy podemos afirmar que están iniciando una tercera.

En el inicio de la primera etapa, el éxito del cumplimiento de los criterios de Maastricht permitió la adopción de la moneda única, y con la plena integración en la zona euro llegamos a un periodo de tipos de interés muy bajos que favorecían la asunción de riesgos y el endeudamiento. Fue un periodo de fuerte expansión que, por desgracia, terminó sobrecalentando la economía. Los bajos tipos contribuyeron a la formación de la burbuja inmobiliaria y a la aceleración de los precios. El IPC quizá no creciera tanto como se percibía a pie de calle por el encarecimiento de algunos bienes de consumo sensibles y por cierta querencia al redondeo de las cien pesetas hasta el euro, pero tuvo un incremento superior y persistente al de nuestros socios, minando la competitividad de las exportaciones y favoreciendo las importaciones, lo que derivó en un déficit de la balanza corriente cercano al 10% del PIB que nos hacía vulnerables en caso de crisis financiera.

El pinchazo de la burbuja inmobiliaria, provocado por la subida de los tipos de interés y la crisis internacional, nos llevó a la segunda etapa, la de la gran recesión. En el nuevo marco que establecían el euro y la política del BCE, no se podía recurrir a la depreciación de la divisa --que puede camuflar internamente los efectos de una recesión, pero a costa del empobrecimiento nacional y retrasando el saneamiento de las industrias obsoletas--, así que fue necesario un proceso de «devaluación interna» y de fuertes ajustes no exento de dureza. Se desbocaron las cuentas públicas, la deflación fue una amenaza real y, sobre todo, el desempleo alcanzó niveles trágicos. Fueron años difíciles en los que la misma existencia del euro se vio amenazada y en los que hubo que improvisar para no caer en males mayores. El Banco Central Europeo aplicó políticas desconocidas para bajar los tipos de interés a sus mínimos históricos y ganar tiempo mientras se reconducían los desequilibrios y se avanzaba en la integración europea, aunque fuera lenta y atropelladamente.

Superada la gran recesión, con rescoldos todavía visibles, hemos iniciado una tercera etapa. En ésta tampoco faltan retos y dificultades a los que responder, como la normalización del entorno de tipos de interés tras años de extraordinaria laxitud monetaria, la exigente agenda política europea y mundial, o los cambios demográficos y tecnológicos que se avecinan.

No obstante, la economía ha cambiado silenciosamente de modelo productivo (la construcción aporta un 10% menos al PIB que en 2008 y las exportaciones un 9% más) y parece preparada para afrontar este nuevo ciclo que seguirá teniendo al euro como protagonista.