Con solo 17 años comenzó su tortuosa relación. Como en la mayoría de los casos, la violencia comenzó siendo psicológica. "Me convertí en un ente que pensaba, caminaba y hablaba como el quería", dice Libertad, una uruguaya que vive en Don Benito. Al tiempo se quedó embarazada y empezaron las agresiones físicas y el pánico. "Me decía que me iba a enseñar a volar señalándome el balcón". Rupturas constantes, arrepentimiento y vuelta al maltrato. "Llegué a querer que me matara para acabar con esta situación". Así pasó doce años tanto en Uruguay como en Don Benito, a donde llegó a vivir con su maltratador, que consumía drogas y alcohol, en busca de una vida mejor hace cinco años.

Una vida que encontró cuando puso fecha final a su infierno. "Me cansé hacerlo todo mal, de ser mala madre, mala esposa, mala ama de casa, pero la gota que colmó el vaso fue ver sufrir a mi hijo. Un día pegó al niño delante de sus amigos y a mí me amenazó de muerte, eso me hizo explotar. Ahí me marché a casa de mi madre en Don Benito. Ella llamó a la policía". Tenía 30 años. Ahora lleva cinco años descubriendo que "me estaba perdiendo una vida maravillosa", que ha conseguido ver con ayuda de su familia y la Asociación Extremeña de Víctimas de Violencia de Género. Ahora vuelve a reconocerse.

Lo mejor que le queda de aquella etapa es su hijo, pero muchas veces cuando echa la vista atrás se lamenta de los once años que ha perdido. "Las consecuencias de aquello vivirán siempre en mí, pero aprendes a superarlo", por eso anima a actuar cuanto antes. "Cada golpe que sufre una mujer es como si hubiera estado en el atentado del 11-M".