Chus Quintana tiene 32 años. Es de Montijo y desde hace seis años vive en Dublín, la capital de Irlanda, donde actualmente trabaja como auditor de licencias de software. Ya ha recibido los papeles para votar y tiene claro lo que hará: "Un voto cuenta mucho y por eso quiero votar".

Pero no quiere hacerlo sin antes estar bien informado de las opciones que tiene, por lo que espera recibir cuanto antes más información al respecto e incluso los programas electorales. De momento se conforma con otras fuentes. Para la política local se fía "de la familia, que cuenta todo lo que pasa en Montijo", mientras que para la regional apuesta por internet y por consultar periódicamente las páginas web de los diarios regionales.

Y es que aunque lleva seis años en Irlanda, todavía siente "morriña de Extremadura". Sin embargo, no se plantea volver a la región puesto que, explica, el trabajo que él desempeña le hace fijarse en otras zonas "más enfocadas hacia el exterior". Como objetivo a corto plazo Chus Quintana pretende seguir en Dublín dos o tres años "porque ahora es cuando las cosas van bien" y posteriormente le gustaría volver a España. Sobre todo por la influencia de su novia, que es de nacionalidad francesa pero desea poder vivir en nuestro país "y sobre todo en la costa valenciana".

"Un voto decisivo"

Este joven de Montijo es una cara de la historia de la emigración, pero no la única. Si hay dos casos llamativos en Extremadura son los de Campillo de Deleitosa y Mesas de Ibor, los dos únicos municipios donde los electores en el extranjero superan a los residentes en la propia localidad.

Alfredo Romero es el alcalde de Mesas de Ibor y recuerda aún la ´sangría´ migratoria que sufrió el pueblo. Tanto fue así que paso de tener más de 1.000 habitantes a apenas 90 durante la década de los noventa. La mayoría de estos vecinos se marcharon a comunidades como el País Vasco y países como Francia en busca de un trabajo que era difícil hallar en la zona, pero nunca se desvincularon de Mesas. "Ahora la mayoría son mayores, sobre todo jubilados, y pasan muchas temporadas en el pueblo", apunta.

De esta forma tienen "información directa" sobre lo que ocurre en el municipio y podrían votar si quisieran. De hecho, esta es una de las localidades donde se registra una mayor participación de los ´ausentes´, puesto que en el 2003 participaron en los comicios en torno a 40 de los 168 emigrantes censados, un porcentaje que supera de lejos el 10% medio de participación que registra este sector. Romero tiene clara su importancia: "Para mí su voto es decisivo".

No ocurre lo mismo en Campillo de Deleitosa, donde la situación es aún más extrema con un 60% de los electores viviendo en otros países. Sin embargo, el alcalde del municipio, Gregorio Porras, señala que "algo sale mal" en este proceso del voto por correo. Recuerda que hace cuatro años estos emigrantes remitieron 30 votos, "el triple de lo habitual". Pero "algo hicieron mal, porque no valió ninguno".

Diáspora masiva

Al igual que ocurre con Mesas, Campillo es un pueblo azotado por la emigración y en apenas una década perdió el 70% de su población, de forma que el censo pasó de más de 700 a 250 vecinos en 1965. Pero muchos de ellos siguen conservando sus viviendas en el municipio, hasta el punto de que no quedan pisos libres --"alquilar una casa en verano puede llegar a costar 450 euros al mes"--, y pasan al menos un mes al año en el pueblo que les vio nacer.

Ese cariño es tan grande que hace un par de años se empadronaron en Campillo de Deleitosa varios hijos de aquellos emigrantes de los años cincuenta y sesenta, que no quieren perder sus raíces.