En los actos institucionales se espera que todos se mantengan en su papel. Y muchas de las personalidades que ayer presenciaron la inauguración del Bosque de los Ausentes cumplieron la máxima a rajatabla. El acto trató de conciliar extremos que no suelen tocarse. Como la solemnidad y la calidez. Se intentó que la sobriedad no riñera con el sentimiento y que la gente de a pie se sintiera representada en una ceremonia a la que no se le permitió asistir.

Un silencio de cinco minutos siempre parece que dura diez. Pero ayer, el más largo, fue el que se instaló antes de empezar el acto entre el corrillo de Mariano Rajoy y Eduardo Zaplana y el de Gregorio Peces-Barba, Trinidad Jiménez y Gaspar Llamazares. Cada uno estuvo en el papel que acostumbra a representar en la batalla política.

Vecinos de tarima

Los carteles que señalaban los puestos en la tarima hacían vecinos al Alto Comisionado para las Víctimas y al alcalde de Madrid. Pero el protocolo demoró la llegada de Ruiz-Gallardón, que tuvo que esperar la comitiva de los Reyes y los príncipes de Asturias. El momento se le hizo eterno a Peces-Barba. A su derecha, oía departir a Rajoy y Esperanza Aguirre, mientras la situación le obligaba a mantener su mirada al frente y no perder detalle del monumento que se inauguraba. Las manos, cruzadas. No había con quién estrecharlas porque en el otro flanco, Rubalcaba y Zaplana demostraban con una charla fluida que el cargo de portavoz parlamentario une mucho.

El truco del móvil

En la esquina reservada a las víctimas, el presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Francisco Alcaraz, charlaba con la presidenta de la fundación, Ana María Vidal. Ella, en su papel, se acercó al Comisionado. Alcaraz, solo, recurrió al socorrido recurso de usar el móvil.

Hecha la ofrenda floral y escuchado El canto de los pájaros , pudieron romperse unas filas que nunca han estado demasiado unidas. Zapatero y Gallardón se alejaron varios metros del grupo para saciar su aparente interés por apreciar de cerca los detalles del monumento. Un instante que también colmó los deseos de fotógrafos y cámaras.

El Rey, educado para cumplir su papel, se abrazó a su hermano Mohamed VI y departió después con el republicano Joan Puigcercós. Letizia, que ha aprendido rápido la asignatura de representación, estrechó cálidamente a la presidenta de la fundación de víctimas.

Sólo hubo un personaje sin papel: Purificación Garrote. Tía carnal de Javier, uno de las 191 personas que perdieron la vida en los atentados del 11-M en Madrid. Ignorante del protocolo, se coló entre los mandatarios extranjeros con una bolsa de plástico repleta de velas rojas para dejar en Atocha. Se le encontró un sitio en una esquina, aunque ella lo que quería es que se fueran todos para visitar por fin el Bosque.