Hace 53 años que a la familia de Laurentiu Craciun le confiscaron el último oso y eso les cambió la vida para siempre. "Dejamos de ser nómadas para convertirnos en contra de nuestra voluntad en sedentarios", explica este gitano de Bucarest. Laurentiu y los suyos forman parte de los Ursari (domadores de osos), uno de los 20 grupos que componen la comunidad gitana de Rumanía, formada por dos millones de personas.

Bisabuelo con solo 63 años, Laurentiu comparte con 15 miembros más de su familia --en total cuatro generaciones-- tres pequeñas barracas en Pantelimon, un suburbio de la capital. Cuando recuerda los viajes en carromato por el país, le brillan los ojos. "Solo tenía 10 años pero nunca me he sentido tan libre".

Los Ursari hacían bailar a los osos en las ferias. Así se ganaban la vida. "Aprendían a bailar desde pequeños. Les hacíamos caminar sobre brasas mientras sonaba el tambor, así asociaban el sonido con el baile". Fue el comunismo el que acabó con el nomadismo. El dictador Nicolae Ceaucescu puso freno a los carromatos. Creía que la vida nómada era ajena a la modernidad y no se fiaba de los que amaban la libertad.

Comunismo y trabajo

Pero el bisabuelo Ursari no tiene reproches contra el dictador. "Con Ceaucescu todos teníamos trabajo, y yo hace 11 años que estoy en paro". También añora la época comunista Rodica, hija de 46 años de Laurentiu y la abuela de la casa. "Los políticos de ahora han destruido todo y no se preocupan por el futuro de nuestros hijos".

La familia Craciun, que se dedica a recoger chatarra que vende al mejor postor, fue víctima, como otros muchos rumanos, del brusco viraje económico que supuso la caída del comunismo, en 1989. "La entrada del liberalismo fue un duro golpe para la población más vulnerable, la de bajo nivel educativo y profesional, como la gitana", señala Nicoleta Bitu, una de las fundadoras de la oenegé Romaní CRISS, que desde 1993 trabaja en favor la comunidad rom.

La oenegé se ha encargado de asistir a los más de 500 gitanos que han llegado estos dos últimos meses a Bucarest tras ser deportados por Francia. "El discurso de Sarkozy hacia los gitanos y el del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, en el pasado, se han convertido en el modelo para los xenófobos y racistas en Rumanía, como la organización Nueva Derecha y el Partido Rumanía Grande".

Bitu, que es también gitana, recuerda los brotes de violencia racista que sufrió Rumanía en los 90 y ahora teme que puedan reproducirse. "Ahora tengo más miedo que antes", señala. "En todo caso, que Sarkozy no lo dude: los deportados volverán otra vez a Francia".

Tampoco ayudan comportamientos de los dirigentes políticos actuales, como el presidente del país, de centro derecha, Traian Basescu, que en una ocasión llamó a una periodista rom "gitana asquerosa". En una encuesta del 2000, el 84% de los rumanos manifestaron tener aversión hacia los rom. Hoy, el rechazo es menor, aunque el discurso xenófobo está en la calle.

"El problema es que se creen que tienen los mismos derechos que nosotros", afirma Bianca, una joven estudiante en una cafetería del centro de Bucarest. Dorina, una mujer 54 años, se queja de que "tienen muchos hijos" que luego "envían a pedir limosna". "Es obvio que hay racismo hacia los gitanos, pero no hay que generalizar", dice Raul Radu, un ingeniero de 56 años que ha creado junto a su mujer, Claudia Nastase, un centro de ayuda en el ámbito educativo para niños rom en Pantelimon, cerca de las barracas de los Craciun.

Radu advierte de que este tipo de actitudes no son nuevas ni exclusivas de su país. Recuerda que hasta hace solo 150 años los gitanos eran esclavos en Rumanía y que no fueron libres hasta 1864. Tampoco se olvida del medio millón de gitanos europeos que murieron en los campos de concentración nazi.

El centro que ha abierto la pareja atiende a 50 chavales del barrio, entre ellos a la bisnieta de Laurentiu, Alina, de 8 años. El padre de la pequeña, Lourenzo, de 28 años, uno de los cinco hijos de Rodica, está sin trabajo. Explica que en varias ocasiones, después de trabajar durante semanas, "el patrón no gitano" no le pagó tras acusarle de "no hacer bien el trabajo". De momento no se ha planteado emigrar al extranjero, como sí hizo su mujer en España. "No me sentí discriminada", tampoco aquí en Rumania, porque, dice, sus rasgos no son gitanos.

Otros no tienen tanta suerte, como Nicu, vecino de Ferendari, un barrio marginal de Bucarest, con viejos edificios. Lleva meses buscando empleo y por "tener la piel oscura" nadie le contrata. "Todo lo malo que pasa es culpa de los gitanos", se lamenta. "El Gobierno no hace nada".

"El problema de los gitanos rumanos no es solo de Rumanía, sino de toda Europa", dice Ilie Dinca, presidente de la Agencia Nacional para los Roma, que depende del Gobierno. Dinca admite que el Gobierno prestó atención a los gitanos los años previos a la entrada de Rumanía a la UE, porque lo exigía Bruselas, pero una vez ingresó, en el 2007, los rom volvieron a caer en el olvido. Desde entonces se ha hecho muy poco. "No hay dinero", se queja Dinca, que recuerda que su país es el segundo más pobre de la UE. "Sin un buen sistema educativo no hay futuro", sostiene Rudu.