El problema de Fabio lo comparten al menos medio millar de extremeños más, según los datos de las asociaciones de enfermos renales. Son 500 personas con algún transtorno crónico de riñón que les obliga a vivir, si no pegados a una máquina, sí al menos pendientes de ella.

Como una rutina más, al menos tres días a la semana tienen que tomar el camino de uno de los nueve centros de Extremadura que cuentan con el aparataje necesario para realizar hemodiálisis o diálisis peritoneal, de los que cinco son públicos y cuatro clínicas concertadas. Allí permanecen en torno a cuatro horas mientras su sangre es depurada. A ese tiempo hay que sumar el de los desplazamientos, en ocasiones bastante largo ya que el centro está alejado de su lugar de residencia, y varias horas más, ya que el proceso deja al paciente muy debilitado.

Además, la diálisis no puede suplir por completo el funcionamiento del riñón y con frecuencia las personas aquejadas por estas enfermedades terminan desarrollando otras.

Cada año, según los datos de la Consejería de Sanidad, se incorporan a el denominado tratamiento renal sustitutivo entre 130 y 140 personas, que a partir de ese momento ven cómo sus vidas experimentan un cambio que no deseaban, un cambio que muchas veces es para siempre.

En la mayoría de los casos se trata de mayores de 65 años, aunque también es muy elevada la cifra de personas de entre 44 y 64 años que tienen que incorporarse al tratamiento, y que suponen alrededor de una cuarta parte del total.

Una vez que se está en esta situación, que se ha asumido la enfermedad, la esperanza se pone en el ansiado transplante. Según los últimos datos, aproximadamente la mitad de los enfermos renales extremeños que son sometidos a diálisis cumplen los requisitos para recibir un riñón de otra persona.

El problema es que, pese a que en términos comparativos la tasa de donaciones es elevada, todavía es muy insuficiente.

Este gesto solidario, fruto de una decisión que debe tomarse en una situación muy difícil y dolorosa, sería para los enfermos renales el modo de abandonar la pesadilla.

Los pacientes de diálisis no dudan en asegurar que el transplante para ellos significa la libertad, la posibilidad de olvidar que dependen de una máquina, que pueden incluso en muchos casos acceder a un empleo que de otro modo les veta su dependencia, y también dar esa misma libertad a sus familias.

Mientras llega ese momento, que normalmente se demora demasiado, los afectados afirman que la atención que reciben es buena, tanto por las instalaciones como por el personal, pero reclaman más centros para evitar los desplazamientos más largos.