Llevan tatuadas historias de sufrimiento, huida, miedo. Saben qué es el horror y qué significa esquivar la muerte en una barca sin rumbo en medio del mar. Llegan a tierra exhaustos, consumidos, pero siempre les queda un hilo de esperanza. El que les da fuerzas para narrar su vivencia y declarar que lo que quieren es trabajar para ayudar a su familia.

Extremadura ha puesto en marcha este verano un dispositivo especial para acoger a inmigrantes procedentes de 21 países, sobre todo del norte de África. Lo hacía para apoyar a Andalucía, que se vio desbordada por las numerosas pateras. Más de 500 personas han pasado por el Centro Temporal de Acogida, Emergencia y Derivación (CAED) de Mérida, ubicado en el albergue juvenil, que ha tenido que ampliar sus plazas de 150 a 194.

En este hogar temporal han permanecido una media de cinco días (así lo establece el protoloco). Han sido sobre todo hombres, aunque también mujeres (seis de ellas embarazadas) y bebés de meses. Han compartido habitación y temores, han recibido asistencia médica y clases exprés de español. Y han sido asesorados -tras estudiar cada caso y siendo preferencia la reagrupación familiar- para seguir su camino. Mérida era solo una parada más.

Ninguno de ellos se ha quedado en Extremadura. La mayoría ha puesto rumbo a Madrid, Barcelona o Bilbao. Y en muchos casos a otros países europeos donde vive algún familiar o amigo. Desde que entran en España, sobre todos ellos pesa una orden de expulsión, por lo que deben regular su situación (con un contrato de trabajo, por ejemplo).

De los más de 500 acogidos, 15 ha realizado petición de asilo (por ser perseguidos por motivo de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas...), y cinco lo han hecho desde la región. La entidad que gestiona el primer trámite es Accem (Asociación de la Comisión Católica Española de Migraciones), con sede en Cáceres.

Además, otros 40 han sido derivados a otros centros de acogida por su especial situación.

LOS VOLUNTARIOS /

Más de 200 personas, 180 de ellas voluntarias, han ejercido de sanitarios, traductores, educadores sociales, abogados y psicólogos. «Ha ido un mes de mucho trabajo», resume Víctor Domínguez, director de Socorros y Emergencias de Cruz Roja Extremadura.

Este dispositivo especial -en la que están presentes la Junta, la Delegación del Gobierno y el Ayuntamiento de Mérida- se puso en marcha a finales de julio y se prevé que siga activo hasta el 30 de septiembre, «según evolucione la situación de las costas», subraya Domínguez. Cada semana se gestiona la salida y entrada de decenas de migrantes que comparten una historia de huida obligada.

Aquí están sus testimonios. Son las voces del dolor, pero también de la esperanza.

MARIAM. De Costa de Marfil: «En el camino tuve a mi hijo y pensé que moría»

«En el camino, que ha durado cinco meses, he tenido a mi hijo Ryan. A su padre y a mí nos separaron al llegar a Cádiz. El viaje ha sido muy duro. Al cruzar el Estrecho caí al agua y me rescató la Cruz Roja, pensé que mi hijo estaba muerto», expresa Mariam, una de las primeras acogidas en Mérida. Procede de Costa de Marfil, donde el 43% de la población vive en la pobreza. «Mi madre es la primera mujer de las tres que tiene mi padre. Es la mayor y prácticamente la han abandonado a ella y a mis seis hermanos. Sufre mucho porque está muy enferma y apenas camina. Todos mis hermanos trabajamos para poder comprarle los medicamentos, por eso decidí viajar a Europa», expresa.

ISSAKA. De Mali: «Comía una vez cada dos días, no tenía fuerzas»

«La guerra lo cambió todo. Me daba mucho miedo, pero crucé a Argelia. Era la primera vez que me separaba de mi familia. En Argelia vivir era difícil, me torturaron y me esclavizaron. Cuando estás así, cada uno es para lo suyo y solo Dios para todos. Comía una vez cada dos días y sentía que iba a morir. LLegué a Rabat, después a Tánger. Moriría allí o cruzaría a Europa. Como no comía, no tenía fuerzas. Vivía en el bosque y bajaba a la ciudad a mendigar. No podía pagar el barco. Mis hermanos malienses me llevaron con ellos en una barca con 40 personas. Fue mal, nos rescató Salvamento Marítimo. Luego llegué a Mérida. No podía andar, mi cuerpo no aceptaba la comida», relata Issaka, procedente de Mali.

YAYA DIALLO. De Gambia: «Solo quiero trabajar para ayudar a mi familia»

«Llegué a España tras cuatro años de viaje. Salí de mi casa con 14 recién cumplidos para ayudar a mi familia. He atravesado Gambia, Mali, Libia y Argelia. Luego crucé a pie durante seis meses el bosque hasta llegar a Marruecos. En el camino, cuando acudíamos a un grifo para beber agua, los vecinos de los pueblos nos denunciaban y nos deportaron dos veces de nuevo a Argelia. Cuando por fin llegué a Marruecos estuve limpiando calles y coches para reunir el dinero para cruzar el mar. Fueron tres días de travesía perdidos hasta que nos rescató Cruz Roja. Solo quiero trabajar para ganar dinero», afirma Yaya Diallo, que llegó a Mérida procedente de Gambia.

NOUHOUM. De Mali: «Lo peor fue en Argelia, no quieren a la gente negra»

«En mi país se vive en medio de una guerra. Salí de Mali para escapar de ella. Allí no hay nada, no hay seguridad y es muy difícil trabajar. El viaje ha sido difícil y duro, ha durado ocho meses. Los peores momentos los he vivido en Argelia, no quieren a la gente negra. En Marruecos la cosa fue algo mejor pero la travesía en barco, muy complicada. Diez horas sin comida ni agua hasta que Salvamento Marítimo nos rescató a mí y a los 50 hombres que viajaban conmigo en la embarcación. En Mali he dejado a mis padres y mis hermanos con la esperanza de poder trabajar en España como mecánico o en el comercio para ganar dinero y ayudarles a sobrevivir», explica Nouhoum.

ANKANA. De Ghana: «Nos rescataron tras dos días perdidos en el mar»

«Soy granjero. Mis padres murieron y al ser el mayor heredé las tierras y cuidar de mis hermanos. Con lo que daba la granja podíamos vivir. Un día, quemando rastrojos, dañé la de al lado, sin querer. Me condenaron a muerte y escapé. Mis hermanos se quedaron allí, no corren peligro. Durante tres años viajé por Níger, Nigeria y Argelia. En todos los sitios me pegaron, me torturaron, me encarcelaron. En Marruecos trabajé para un hombre que me ayudó, me dio cama, comida y ropa. Por fin pude salir en barca con otras 36 personas, pero nos fuimos a la deriva. Cruz Roja nos rescató tras dos días perdidos en el mar. Solo quiero trabajar y poder volver algún día a Ghana, pero no a mi ciudad».

MODIBO. De Mali: «Dos personas murieron y una tercera se volvió loca»

«En mi país trabajamos todo el día y a veces ni tan siquiera llega para comer. Decidí venir a Europa para ayudar a mi familia. El viaje ha sido muy duro, algunas de las cosas que hemos visto y vivido no se pueden ni contar, no se pueden expresar con palabras. La travesía en barca desde Marruecos duró tres días. En una embarcación para unas 49 personas nos metieron a casi 70. El motor no aguantó y se estropeó, también la brújula. Se nos acabó la comida y el agua. Dos personas murieron y una tercera se volvió loca. Estuvimos a la deriva en el mar hasta que nos encontró Cruz Roja. Aquí lo único que quiero es trabajar para ayudar a mi familia», relata Modibo, que llegó desde Mali.

KUESTANE. De Liberia: «Un amigo me dijo que podría estudiar y trabajar»

«Mi madre y mi padre han muerto por la guerra. Mi hermano tiene 25 años y mi hermana 18. Ellos han reunido el dinero para que salga de allí porque la situación es muy difícil. Un amigo me dijo que en Europa podría estudiar y trabajar. He tardado seis meses en llegar, atravesando Guinea, Argelia y Marruecos. Aquí estoy solo, no tengo a nadie. Me gustaría poder ir a la escuela y aprender para luego trabajar construyendo casas». Es el testimonio de Kuestane, un joven procedentes de Liberia, un país donde casi el 84% de su población vive con menos 1,25 dólares (un euro) al día, a pesar de ser una nación rica en caucho, oro y diamantes.

AFO. De Costa de Marfil: «No quiero que pase por lo mismo ni una mujer más»

«Por la costumbre de mi país cuando cumplí 18 años mis padres me casaron con un hombre mucho mayor que yo. Tenía cuatro mujeres más y trabajaba en el Gobierno. En total 18 hijos, conmigo dos. Cuando murió me forzaron a casarme con su hermano. Me violó durante tres meses y amenazó con matarme a mí y a mis hijos si no aceptaba. Conseguí escapar. He ido a la universidad y formo parte de una asociación que ayuda a los niños que viven en la calle. Aquí en Europa quiero estar dos años y volver a mi país para sensibilizar a las mujeres. No somos esclavas, somos iguales que ellos. No quiero que ni una mujer más pase por lo mismo que yo», asegura Afo, de Costa de Marfil.

DUMBIA. De Costa de Marfil: «Querían mutilar a mi hermana y me opuse»

«En mi país la mutilación genital femenina es una costumbre con la que yo no estoy de acuerdo. Mis padres han muerto y el resto de mi familia quería practicársela a mi hermana pequeña de 9 años, y me negué. Pedí ayuda a varias ONGs y a la policía pero no pudieron hacer nada. Mi familia me amenazó. Me dijo que o abandonaba nuestro pueblo o acabarían conmigo. Me fui a Mali a casa de un amigo y dejé a mi hermana con una familia que la protege. Desde Mali emprendí el viaje a Europa. Ha durado un año y medio. Aquí no tengo a nadie pero ojalá todo salga bien y pueda traer a mi hermana conmigo», narra Dumbia, que llegó a Mérida desde Costa de Marfil.

BENJAMIN. De Costa de Marfil: «Me obligaron a decidir qué vecinos debían morir»

«Mi padre era el jefe de la aldea, vivíamos bien. Aunque la guerra ha terminado, los problemas políticos siguen siendo muy grandes. A mi padre lo mataron por eso y yo, como hijo mayor, tuve que asumir el mando de la aldea. El Consejo de Ancianos me obligó a renunciar al cristianismo y a tomar decisiones sobre qué vecinos debían morir. Me negué y me sentenciaron a muerte. Una noche escapé con mi mujer y mis dos hijos a Ghana. Ella es de allí y estaba a salvo. Yo no, así que huí: Burkina, Argelia, Marruecos y España. El viaje ha sido muy duro, andando, en camión, luego en una barca. Aquí no tengo a nadie, pero quiero trabajar de electricista, reunir dinero y traer a mi familia», expresa Benjamin.

F. MARCIALE. De Camerún: «Mi marido me escondió para que no me mataran»

«Vivía en la parte francófona de Camerún. Cuando tenía 18 años mi padre me forzó a casarme con un hombre de 56. Estuve tres años con él y tuve un hijo. Yo no lo quería y me pegaba, decidí huir. Me marché a la parte inglesa del país y conocí a mi actual pareja, con quien tengo un hijo. Juntos montamos una pequeña tienda. Pero yo no fui bien recibida por ser de la zona francófona. Nos quemaron la tienda y mi marido tuvo que esconderme para que no me mataran. Finalmente tuve que salir de allí. Mi marido me dio todo lo que teníamos para que llegara a Europa. Comencé mi viaje en diciembre de 2016. Desde entonces no veo a mis hijos. He pasado mucho miedo», narra F. Marciale.

MALICK. De Senegal: «El primer día de mi libertad, haré una fiesta»

«Solo quiero buscar una vida mejor. Mi padre murió en 2006. Soy el mayor de mis cuatro hermanos y tengo que ayudar a mi madre. En 2014 fue la primera vez que conseguí llegar a España. Estuve un mes en Tenerife, pero me deportaron. Volví a Senegal y de allí de nuevo a iniciar el camino a Europa, trabajando en Guinea, Gambia o Mauritania y enviando todo lo que ganaba a mi madre. Estos años han sido muy difíciles. En mi país soy pescador. Aquí ahora sé que no puedo serlo, pero quiero formarme para poder trabajar. El primer día de mi libertad, cuando me valga por mí mismo, haré una fiesta. Será un día muy importante», asegura Malick, procedente de Senegal.