Los que dicen que el ciclismo ha muerto deberían venir a los Alpes. Trescientas mil personas siguieron ayer en directo la impresionante etapa que terminó en Alpe d´Huez y que consagró a Carlos Sastre. Desde que los corredores afrontaron el Galibier, todo el recorrido era una pura hilera de gente, que llevaba horas o días esperando a los ciclistas. Y estaban vivos, muy vivos, como el ciclismo, pese a los que llevan tiempo diciendo que ha muerto.

Uno de los que lo dice es el escritor francés Philippe Bordas, quien estimaba hace unos días en Le Monde 2 que "el ciclismo, como la novela, quizá no habrá durado más que un siglo". Y por qué habría de morir el ciclismo si la novela tampoco ha fenecido, pese a afirmación tan especulativa Bordas asegura que el clclismo se extinguió en 1984. ¿Por qué ese año y no 1980 o 1995? El escritor lo aclara: ese año, 1984, fue el del "fin y la renovación de Bernard Hinault, el último corredor de la antigua línea". Bordas menosprecia a los que siguieron, incluidos Induráin y Armstrong, pero, para entender su temeraria afirmación, hay que recordar que Hinault fue el último francés que ganó el Tour. Su última victoria fue en 1985. Acabáramos.

Pero solo se puede sostener que cualquier tiempo pasado fue mejor si quien lo asegura no estaba ayer en las laderas del Galibier, de la Croix de Fer o de Alpe d´Huez.

El Galibier, repleto

A las nueve de la mañana, las calles y los alrededores de Le Bourg d´Oisans estaban ya llenos de aficionados y los corredores no tenían previsto el paso hasta más allá de las cuatro de la tarde. Después, la riada de gente que esperaba en las faldas del Galibier superaba en mucho la contabilizada en los últimos años. Otro tanto ocurría en los 29 kilómetros de ascenso de la Croix de Fer y en los 13 de L´Alpe d´Huez no cabía ni un alfiler.

Franceses, alemanes, españoles, australianos, belgas o suizos esperaban a los corredores con las banderas de sus países adornando las caravanas y los coches con que habían llegado hasta allí. Había también, como es tradición, muchas ikurriñas y alguna estelada, pero menos de las que se suelen ver en los Pirineos. La reivindicación política del radicalismo aberzale también ha perdido intensidad: apenas una pancarta con el lema Presoak kalera (Presos a la calle) se dejaba ver en un puerto.

Tampoco abundaban las denuncias del dopaje, que, por desgracia, también ha manchado esta edición del Tour de Francia, sobre todo por la retirada del conjunto Saunier Duval tras el positivo de Riccardo Riccò y la confesión de Leonardo Piepoli. Lo demás se ha limitado a casos individuales como los de Manolo Beltrán y Moisés Dueñas. Una pancarta con la inscripción Soñamos con un Tour limpio lo recordaba.

Miles de ´globeros´

Pero el Tour es también un espectáculo que se disfruta con la contemplación de los paisajes del Galibier, las escarpadas agujas de Arves en la Croix de Fer y las míticas 21 curvas de Alpe d´Huez. Un espectáculo que tiene una parte de corte de los milagros, con el hombre de los zancos distrayendo al personal, la mujer vestida de bruja, los jóvenes enfundados en un smoking, un conjunto musico-vocal animando la espera, los patrocinadores repartiendo agua, gorras o jerseis, las motos de gran cilindrada, a las que no se les prohíbe el paso, como se hace con los coches, y miles y miles de globeros subiendo y bajando en dirección prohibida montados en bicis casi como las de sus ídolos y vestidos como ellos. Vida, mucha vida. El ciclismo sigue muy vivo y quien lo quiera comprobar, que venga a los Alpes.