Pasado ya el debate sobre el estado de la nación, la nación sigue debatiéndose entre la vida y la muerte. Básicamente, con los mismos síntomas que la aquejaron desde hace ya algún tiempo. Asumir el papel de ganador, con la que está cayendo, es un atrevimiento muy propio, del originado entre el pueblo llano y las instituidas clases políticas, acostumbradas a pasar la apisonadora cuando les parece oportuno.

De qué vale puntuar un debate, dónde, más que procurar dar explicación y soluciones a problemas reales, se habla de la responsabilidad que unos y otros han tenido en la ruina que padece este país. Animaría yo, a idear un programa televisivo, al estilo de ‘Saber y ganar’, donde se midiesen las aptitudes de nuestros dirigentes políticos.

Para así, observar su capacidad resolutiva ante problemas reales y de gran calado. Lo digo, por el gran atractivo y expectación que suponen estos programas, para los que están al otro lado de la pantalla del televisor, y que son admiradores de esas personas (sabios, les llama el presentador) que tienen respuesta para todo. Tras el posible fracaso, es probable que lo cambiasen por otro de: cómo defraudar sin dejar rastro. ¡Cuánto paripé!