A Javier Cercas le propusieron hacer un artículo sobre la palabra más importante de la lengua castellana. Nada más colgar el teléfono, determinó no hacerlo, pues no había para él, palabra más importante que la siguiente, y en su decisión descubrió su respuesta. No. Esa es, se dijo, y nos dijo a todos los oyentes que sosteníamos la aguja del reloj, para que el tiempo no pasara y pudiéramos seguir escuchándole toda una eternidad.

Javier Cercas envuelve y su No, pesa, piensa, acoge, abruma y acongoja. Su No, es una oda a la valentía, a los heróes y heroinas, a la indocilidad, sublevación y rebeldía de todos aquellos que ven el camino desde la cuneta, saltando de árbol en árbol y buscando nuevos senderos. Cogí su No, lo metí en mi bolso y a veces lo saco como si fuera una fotografía antigua, intentando vislumbrarlo en el rostro de alguien que pase cerca.

El No, deja manos surcadas, miradas vivas y mentes inquietas. También deja bolsillos deshabitados y corazones maltrechos, pero nunca tediosas existencias. No, no es fácil, encontrar héroes del No.

Javier Cercas nos contó de alguno, como Miralles, su soldado de Salaminas, o Adolfo Suárez con su negativa a levantarse de la silla, asumiendo el riesgo de abrazar una bala. Yo busco anónimos del No, que son el doble de héroes, aquellos que la victoria de su No está envuelta de soledad y escaras, de pupas sin besos, de precipicios ineludibles. El miedo a decir que No, aterra a quien no puede estar fuera de la línea, a quien la sombra de su persona da cobijo a otras sombras más indefensas.

Decir No, sana, cura, empodera, es un oxímoron lleno de energía: una negación positiva. Yo digo No, al patrón único de madre, o de esposa o de amante. Que quien no quiera risas ni sueños, que lo disfrute. Que quien no quiera desvelos que duerma de seguido y quien quiera parir seis veces, que la atiendan. Cuando el cepillo blanquea, es hora de ponerse la peineta allá donde más guste. Que cada una busque su espejo sin darse muchos golpes en el pecho, no sea que se os rompa el alma. Yo digo No, a la mitificación de personas, a la superioridad del rancio abolengo y presunta cultura mamada, que les hace mirar por encima de su caspa desprendida y fría. Indistintamente de que sean escritores, artistas, políticos, empresarios o putas.

El respeto me lo concede su persona, y la falta de él su actitud. Yo digo No, a la vulgaridad, al borreguismo, al chisme, a la falta de empatía, a la moralina y a los juicios no pedidos. Yo digo No, a los estafadores y corruptos, que nos roban sin medida, avariciosos prepotentes, que sonríen con sus vergonzosas sentencias en mano cogiendo aire y fuerzas para cargar de nuevo contra nuestra frágil pasividad y volver a vivir jactándose de la vil destreza del poder que les envuelve. Digo No a paralizarse y que nos atropelle la vida, a sentir vacíos sin llenarlos, a buscar algo interesante en la impasibilidad, al ostracismo de la ilusión, a matar la belleza a base de explicaciones. El gusto de la contrariedad se crea y engendra una especie de adicción irrevocable, perversa y dulce por el hecho de ir en contra de la imposición. Hagamos un hueco entre tanto inglés, ballet, natación, teatro, fútbol, patinaje y cumpleaños prefabricados para nuestros niños. Ellos sólo necesitan tartas de galletas hechas en casa y aprender a decir NO. “Y de todo huyo y como el insecto que, sólo al darse de bruces con la celosía toma conciencia de su brevedad, él que como todo lo fugaz se creyó eterno, sin buscarla acabó bajo las ramas de la jacaranda, reina indiscutible de este carnaval de la barroca máscara y la ocultación del alma, (…)” Luis María Marina M.J. Trinidad Ruiz http://www.trinidadruiz.com