Las siguientes palabras son de un pescador, aunque hace que no lo practico, por motivos que no vienen a cuento, eso si, nunca por mi desacuerdo, para malos entendidos. Lo cual por otro lado no lo considero, nada incompatible bajo mi humilde punto de vista con el hecho de considerarme un naturalista, no ecologista, ese término, y solo hablo por el término hoy día, no me gusta un pelo. Eso si, la mayoría de piezas que capturaba volvían de nuevo al agua, sobre todo autóctonas, también es cierto que disfrutaba con ello, también es verdad que en la mayoría de las ocasiones producto de ello utilizaba lo que se llaman anzuelos sin muerte. Tampoco no deja de ser verdad que no me gusta el pescado de río, y muy poco el restante a nivel de régimen alimenticio, exceptuando mis divinos boquerones sobre todo en vinagre. Vamos al grano, con el presente quiero hablar o mejor dicho escribir sobre la incidencia de este nuestro apreciado deporte, con su repercusión en nuestras emídidas y muy posible testudínidas, como son los galápagos europeos ( Emys orbicularis.), así como el galápago leproso (Mauremys caspica.) en primer lugar, y por otro lado de la tortuga mora (Testudo graeca.), en las siguientes. Quizás me he pasado de fino, pero de verdad no es mi estilo. Y ¿por qué? Pues el sentido de mis palabras es la lamentable costumbre desde siempre, espero que cada día menos, del hecho de que cuando en el anzuelo de nuestra caña, en nuestro ríos, numerosos embalses y sobre todo charcas, pescamos o capturamos, como se dice por mi tierra un tortugo, la solución por lo que ello significa, es la de cortar de cuajo el pescuezo del pobre animal, que ninguna culpa tiene, lo que no es desde luego la demostración real de lo que pensamos de nuestro querido deporte acuático. Desde luego es muy complicado en muchas ocasiones quitar el anzuelo de la poderosa boca de estos seres vivos. Pero la pesca siempre se ha dicho es tener muchas dosis de paciencia, y que mejor ejemplo de la buena práctica a dichos efectos. Y aunque sea como mal menor, no creo que un simple anzuelo y el sedal de nuestra caña, debiera de ser ningún obstáculo económico, dado que seguro que son los elementos más baratos de nuestros equipos de pesca, no por el contrario como pueden ser las flamantes, poderosas y caras cañas en la mayoría de los casos que utilizamos, así como papeles y documentación, y como también no, olvidar los numerosos desplazamientos. Por ello, demostremos que somos seres civilizados y con un mínimo de cultura a fin de cuentas y que menos que una solo pequeña sensibilidad hacia una pobre tortuga. No podemos negar la evidencia que aún todavía existen pescadores o personas que practican esta actividad con una cierta edad o mucha edad, de lo cual me alegra y satisface enormemente, y los mismos siguen actuando como han conocido este hecho desde siempre, pero lo inadmisible es que enseñemos e inculquemos a nuestros muchos jóvenes pescadores de agua dulce este tipo de deplorable costumbre, como en alguna ocasión e contemplado y oído en las famosas también charlas de pesca. Y no puedo admitir que me contradigan con que estas practicas ya no se hacen, todo esto lo escribo, dado que hace unos días paseando por un río cercano a mi ciudad, Jerez de los Caballeros, descubrí, contemplé y observé en un lugar que había sido objeto de un pesquíl de algún aficionado, a más de una docena de pobres tortugos descabellados. Desde luego me acordé como se dice de la familia de tal mal llamado y miserable pescador, todo por favor con perdón por mi calentamiento en dicho momento. (*) El autor es naturalista y pescador