El cambio fue bastante brusco. De repente notó en su piel una sequedad absorbente y molesta; acompañada de escalofríos y de voces extrañas con entonaciones zalameras.

Todo ello le provocaba rabia, llanto e incontenida general. Lo que para él suponía las condiciones ideales de supervivencia en el entorno donde se encontraba, se convirtieron en la antítesis de su incipiente aventura. Pasó de observar minuciosamente todo su cuerpo sin distracción alguna, a ser observado sin ningún tipo de recato por todo aquel que él no conocía de nada.

Aunque este cambio físico y traumático daba bastante miedo, la sensación fue mejorando poco a poco con el paso de las horas. Aquellas personas desconocidas, que al principio le parecían monstruos, pasaron a ser agradables y cercanas.

El confort se instaló por todo su cuerpo: cientos de suaves prendas coloridas le acariciaban la piel, trasmitiéndole un confortable calorcito. Aunque todavía notaba esa sensación de vacío que le despertaba muy enfadado, y que después supo que era el hambre, fue mitigada por una voz agradable que le decía: “¡Espabila, cariño! Mamá solucionará ese molesto vacío, con un suculento y natural chorrito de leche mágica”. ¡Bienvenido a la vida!