Ocho minutos dura una matanza. Muerte y eres leyenda. Las madres no deseamos vástagos héroes, pero el mundo os necesita. Los padres sin hijos no tienen nombre, no lo queremos. Nos negamos a traducir del hebreo hore shakul con la esperanza de que lo no pronunciado duela menos. Interrogarnos acerca de cómo cerraremos el capítulo de nuestra vida es tan inútil como aterrador.

Una muerte ridícula o accidental; la mansedumbre de las riendas perdidas en la vejez; la agonía de una enfermedad; la desesperación o la más injusta de todas que es la provocada con alevosía por otro de tu especie. La miserable superioridad del vivo sobre el muerto prevalece, más el amor a tu sangre debe imponerse al odio al prójimo. La sangre es roja para todos.

Tras doctrinas de fe que subyugan, dictadores que adiestran, locuras transitorias, fanáticos de clubes, prácticas sexuales enfermizas, sometimientos no consentidos,.... ¿está naciendo una ola de inquina y locura que asoma sus zarpas, oprimiendo y atropellando de forma vasta y torpe cuanto alcanza? o ¿es más visible cada día teniendo raíces ya encalladas?

Como ciudadana del mundo y tutora y responsable de un ínfimo porcentaje de él, para mí infinito, la sensación de peligro e inseguridad a la que estamos expuestos percibo que cada día, crece, se multiplica e incluso muta, hasta convertirnos en blancos de dianas que antes ignorábamos. Expuestos hasta en el rincón más tranquilo del planeta a atentados, abusos, violaciones, robos con violencia, coacciones,... ¿tendremos que modificar la enseñanza de los niños? ¿enseñarles a sacar el machete para sobrevivir en esta selva?

Me niego. Prefiero que saquen el monopatín. La certeza me arropa en la creencia de que predominamos y somos más valientes aquellos que no somos violentos. No es cuestión de empatía, respeto, igualdad, tolerancia,... tanta explicación es ofensiva cuando el muerto es tuyo. La cuestión es que esto no es un juego, que mientras el debate continua y vamos sorteando a criminales y saboteadores, por el camino quedan familias mutiladas y hombres y mujeres sin opción para elegir. 03 de Junio de 2017. Ocho minutos bastaron para acabar con ocho esperanzas de un porvenir mejor.

Un cocinero y un camarero eran dos de los tres franceses; de Australia una enfermera y una cuidadora de niños; canadiense era la voluntaria del refugio para personas sin hogar; británico el empresario; abogado y español nuestro héroe del patinete. Sus profesiones, sus edades y las virtudes que nos llegan sobre ellos como la generosidad, optimismo, tesón, arrojo e intención de emprendimiento nos hace resoplar, aún más, iracundos a todos.

Eran semillas de futuro, de gente que cruzó fronteras y salvó obstáculos. Creyentes, ateos, enamorados, solitarios, con frustraciones y secretos que ya no contarán a nadie. Vivos. Ahora muertos. Ignacio Echeverría, tu muerte ya no es sólo tuya y de tus familiares. Desde el momento que tu impulso te llevó a morir en el intento de salvar a otro, el dolor de tu muerte nos invade y pellizca las conciencias. Deseo que ese pellizco sea proporcional al poder que posea cada uno. Tu perdida nos envalentona y nos da una razón más. Sabremos de vuestras historias y las adaptaremos a nuestras cicatrices. Yo soy Ignacio, porque siempre quise serlo. Yo, de naturaleza cobarde me erijo valiente, porque pude ser quién tuvo tiempo de huir de las alimañas, mientras él les enseñaba lo que es el valor. Tu rostro y tu nombre quedarán en el gran cajón de cosas que olvido. Jamás tu persona. "Mañana en la batalla piensa en mí, y caiga tu espada sin filo. (...)¡ Déjame posarme pesadamente mañana sobre tu alma! (...)Sea yo plomo en el interior de tu pecho y acaben tus días en sangrienta batalla. (...) Mañana en la batalla piensa en mí, desespera y muere" W. Shakespeare.

M.J. Trinidad Ruiz. www.trinidadruiz.com