Nos movemos a diario por los vericuetos de nuestras circunstancias; como así está escrito, inexpugnablemente, en nuestros destinos. Quizá, pensando más en los vericuetos de los demás que en los propios. Es así, como nuestra laxitud intelectual va flojeando, y perdiendo la consistencia de aquellos primeros propósitos de nuestra juventud; que nos animaban a soñar hacia interesantes proyectos de futuro. Con el paso del tiempo, todo va flojeando: la memoria, la musculatura, la moral, la salud… Aunque el mayor sueño del ser humano sea no envejecer, la laxitud nos extiende su mano más humana.