La muerte de perros en Galicia, propiedad en su mayoría de cazadores, tras la ingestión de cebos envenenados en el monte se está convirtiendo en una rutina macabra. Y resulta desalentador comprobar como nunca se suele dar con los culpables de crímenes tan cobardes, un hecho que tampoco sorprende habida cuenta de los escasos recursos que se dedican a investigar acciones de esa naturaleza cuando las víctimas son animales irracionales.Leía en un diario con motivo de tan sobrecogedor asunto las declaraciones de un escopetero que, muy apesadumbrado, afirmaba haber perdido por esta razón a seis perros en 2009 y a cuatro en 2010. La siguiente reflexión que el acongojado montero lanzaba al periodista era: "15.000 euros que me habían costado los del año pasado y 9.000 los de este".Por un instante me quedé atónito ante la presteza con la que su pena se transformaba en cálculos contables, sin embargo, al momento adiviné el porqué de este asombroso cambio de registro en el origen de sus preocupaciones: el que estaba hablando era alguien que, probablemente, el siguiente fin de semana mataría a un ser vivo que en vez de ladrar gruñiría y que no le iba a costar miles de euros, sino únicamente el valor de un par de cartuchos.Los domingueros del 4x4 con el remolque - jaula, la canana y la escopeta, son personas que acaban por diversión con la vida de animales sin sentir la menor compasión, al contrario, les produce placer. En ese aspecto y analizándolo desde la ética de su conducta, ¿se diferencian de los que esparcen comida con veneno para matar a perros? Sólo lo hacen en la legalidad de la acción porque al fin, las consecuencias en ambos casos son idénticas para un ser vivo. Un hecho es miserable y lícito, el otro prohibido y miserable.Tal vez por eso no me llamó la atención leer que se maneja la posibilidad de que esta sangría de canes responda a rivalidades entre sociedades de cazadores. Sé que bastantes quieren realmente a sus canes, aunque su amor sea tan peculiar y en ocasiones harto nocivo, pero otros muchos los conciben como simples herramientas. En cualquier caso, qué destino tan sombrío el de los perros de los aficionados a meter plomo en vísceras ajenas, condenados como están a debatirse entre cebos envenenados, colmillazos de jabalíes, cepos, ahorcamientos, disparos, pozos, cheniles… Un panorama con un eterno hedor a muerte, porque es en ese precisamente en el que se mueven los amigos del rifle y del trofeo naturalizado. Espero que los autores de los envenenamientos sean identificados y que cumplan penas de prisión, pues no merecen una sentencia más leve.