Felipe VI vuelve satisfecho. Deseando que la crónica de su triunfo sea mesurada y breve y que así pase rauda. Las prioridades económicas han prevalecido sobre cualquier crítica o reproche a la vulneración de los derechos humanos que se ejerce en el país amigüito. Indudablemente, estas operaciones comerciales están envueltas en una hipocresía y cinismo difíciles de ver en nuestro país. Bueno, tal vez, en algún local comercial o concesionario de coches, en el que venden productos carísimos que compran mafiosos a los que se les puede ver a millas el color negro de su dinero.

Pero es mucho y lo importante no es su procedencia, si no su autenticidad. O cuando saludamos cabizbajos y asqueados al vecino maltratador, envueltos entre vergüenza y cobardía amparándonos en huir de problemas. Similar a la que sufre la dueña del quiosco que vende tabaco a niños de 12 años, escudándose en lo inocuo e intrascendente de la puerta que abre. Espinosa como la que hace girar la cabeza y tragar la bilis que sube hasta la boca, cuando ancianos indefensos son descuidados y vejados por sus viles asistentes sin que éstos sean denunciados por sus compañeros. Pretenciosa congénere con la que nos jactamos de adquirir artículos falsos a precios muy bajos, sin importarnos la ruindad de su origen ni el perjuicio de su subsistencia, intuyéndolo lejos, frío y oscuro.

Comparable con la que ejecutamos cuando inmigrantes necesitados cobran la mitad de sueldo por el mismo trabajo realizado, viviendo en condiciones que no aceptaríamos de no conocer el hambre. Inferior incluso que la que zurce nuestra boca cuando nuestras sospechas apuntan certeramente en el atropello a la integridad de menores. Cuando señalamos con el dedo, no hay que olvidar de dónde parte el mismo. Sin defender ni alabar, sólo por el gusto de poner sobre la mesa las miserias de nuestro representante, que tal vez sean la extensión de nuestras propias miserias. Vuelve de un país de negociar trabajo y dinero para los suyos, arropándose de fariseísmo para conseguir su propósito. Obviando que no negando, como nosotros obviamos al maltratador siendo cómplices de su fechoría con nuestro silencio, insertándolo en la sociedad sin rechazo ni acusación. Igualmente al estafador, al narcotraficante, mercaderes de mujeres, el hambre y la necesidad ajena y tan cercana a veces. Realpolitik («política de la realidad» en alemán) es la política o diplomacia basada en intereses prácticos y acciones concretas, sin atender a la teoría o la filosofía como elementos "formadores de políticas". - Sí, obviamos, pero no comerciamos con ellos. ¿Are you sure? "Si todo te da igual, estás haciendo mal las cuentas" Albert Einstein. María José Trinidad Ruiz www.trinidadruiz.com