Sentados en la terraza de un café del paseo marítimo de cualquier ciudad costera española, nos podemos entretener viendo como se aglutinan esa diversidad de gentes venidas de cualquier parte del planeta. Son días de vacaciones, y desde el más pequeño hasta la abuelita (incluido el perro), las familias, parejas y grupos de amigos, disfrutan del cálido verano durante unos días. Entre todo ese deambular de personas, se distinguen esos peculiares vendedores que ‘ocupan su parcela’ tratando de emular al mejor de los comerciantes de la zona; intentando vender esos -cada vez mejor plagiados- artículos de primeras marcas, y que la ‘jet set’ ha puesto de moda. Las dos caras de esta chocante realidad las podemos descubrir a pie de playa: centenares de perosnas se entremezclan a la vez con ese permisivo submundo que, en connivencia con los que interactúan -vendedor, comprador y agentes de la autoridad- escenifican esta breve actuación tragicómica. Jugar a policías y ladrones en esta pantomima policial del paseo marítimo, nos evidencia el surrealismo estival y playero que nos ocupa.