--"Hola, ¿te has enterado? ¿Has visto lo del “chino” al que revientan y echan del avión unos policías? ¡Qué hijos de puta! ¿Se puede ser más cabrón? ¿No me digas que no sabes nada? Pero, si es la comidilla de las redes. ¿No has visto el vídeo todavía? ¡No me lo puedo creer!..."

El que me hablaba así, como un torrente desbordado, a la salida de un bar, en mitad de una calle del barrio, era mi vecino Juan. No me dejó meter baza, me bombardeó a preguntas en un minuto sin dejarme responder. Estaba tan alterado que no se daba cuenta de que no me permitía ni un resquicio para poder decir nada.

Como ya le conozco y sé que, con unas cervezas de más, se acuerda de la madre de cualquiera, tampoco le hice mucho caso entonces. Opté por asentir a sus palabras y desprenderme de aquella verborrea desatada en cuanto pude.

--Léelo, pon la tele, míralo en internet, lo vas a flipar. Pero, ¡qué pedazos de cabrones! Ya me dirás.

Después de semejante encuentro, lo primero que hice al llegar a casa fue intentar echar algo de luz sobre el asunto. La verdad era que Juan, aunque no “hace buen vino”, siempre me ha parecido bastante razonable en sus opiniones cuando los “vapores” no le nublan la visión real de las cosas.

El caso es que abrí el ordenador y, en cuanto empecé a leer la noticia y a ver los videos que ya corrían por las redes, entendí al instante el cabreo de mi vecino.

¿Cómo era posible? Un médico asiático desalojado de un avión como si fuera un bulto por varios policías y vigilantes, arrastrado como un perro, sangrando abundantemente, golpeado, vejado entre gritos propios y extraños, porque no había querido bajarse del avión después de un repugnante sorteo por problemas de overbooking.

El estómago me dio un vuelco, hube de retener las ganas de vomitar ante semejante atropello a la dignidad humana y, sí, en ese instante, dentro de mí se desató una furia desconocida, animal, impropia de mí y comencé a “cagarme en todo lo cagable”.

Las palabras de mi vecino eran hermanitas de la caridad comparadas con las que salieron de mi boca (¡menos mal que estaba solo en casa!). Como una fiera incontrolable, fui incapaz de impedir gritos, insultos y desafueros, que me inundaban hasta casi ahogarme y que necesitaba expulsar como fuera.

Tardé un buen rato en recomponerme, yo, una persona tranquila, totalmente pacífica, partidaria del diálogo, de la palabra, de solucionar los problemas con paciencia y saber estar. No podía explicarme cómo aquella noticia, aquellas imágenes de un desconocido podían afectarme tanto.

Hoy, ya más calmado, después de 24 horas de enfriarlo todo…, sigo igual de encabronado que entonces, con las mismas ganas de romper lo que tenga por delante, de gritar, de vomitar y saciar de una vez por todas esta ansia de justicia desmedida que me han creado, sin ser capaz de olvidar el rostro de ese médico reducido a una piltrafa de ser humano que, con la mirada perdida y un descontrol casi absoluto sobre sus movimientos, repite constantemente la frase: “¡solo mátenme, solo mátenme…”.

Y sigo preguntándome cómo es posible que nos mantengamos callados y quietos, cómo el miedo nos paraliza hasta ese extremo, cómo el resto de los pasajeros lo permitieron, cómo el fuego que llevo dentro no lo quema todo hasta que situaciones como esta nunca vuelvan a repetirse. Sin embargo, lo permitimos, lo seguiremos permitiendo, porque somos débiles, muy débiles. Y aguantaremos que la aerolínea manifieste que el overbooking es legal, que el pasajero en cuestión fue “disruptivo y beligerante” por no dejarse desalojar del avión, que ellos solo cumplieron con el protocolo.

¡Una mieeerda! ¿Qué pasará con el doctor David Dao?, hasta ahora, probablemente, un profesional íntegro, sereno, pacífico; aunque ya se están dando prisa en desacreditarle. ¿Será capaz de superar semejante agresión a su integridad moral, semejante degradación humana? ¿Deberá hacerlo solo? ¿Necesitará ayuda psicológica de aquí en adelante? ¿Desarrollará miedos y fobias que ni siquiera imaginó algún día? ¿Y nosotros? ¿Nos quedaremos tan tranquilos después de unos meses? ¿Miraremos hacia otro lado y seguiremos aguantando lo que nos echen? ¿Decidiremos seguir controlando esa furia interior que nos devora solo en el instante en el que las injusticias se desatan, o daremos el paso definitivo, aunque eso signifique incendiarnos todos hasta la solución definitiva? Ahí queda, lo demás aún falta; pero tranquilos, no pasa nada. Juan Carlos Pérez García (pasajero indignado)