Oscar Wilde escribió en 1892 El abanico de Lady Windermere , una de sus más feroces e irónicas disquisiciones sobre las falacias y embustes de la sociedad burguesa, ambientado la historia en los aristocráticos salones londinenses. La pieza fue llevada al cine en 1925 por Ernst Lubtisch --sin utilizar en los rótulos característicos del cine mudo ninguna de las sentencias de la obra original--, en modélica fusión del toque cínico del director con el acento vitriólico del escritor.

La adaptación cinematográfica realizada por Mike Barker se toma algunas licencias, aunque es fiel al espíritu wilderiano; traicionarlo no tendría sentido alguno.

Así, la película en cuestión, A good woman , está ambientada en 1930, tres décadas después de la muerte de Oscar Wilde, y arranca en Nueva York para desplazarse después hasta una pequeña localidad costera italiana, en cuyas preciosas villas transcurre la acción.

Llevar al cine el verbo de Wilde es relativamente fácil, aunque cada vez menos creativo. Si se consigue reunir un buen reparto --en A good woman destaca por encima de todo Tom Wilkinson, espléndido en su papel de millonario inglés de vuelta de todo-- y se subrayan como es debido sus frases más certeras y memorables, buena parte del trabajo ya está hecho.

Barker, como Oliver Parker en Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto , por citar dos títulos recientes en el sorprendente revival Wilde en el cine anglosajón, no va más allá de eso: frases y actores, texto inteligente e interpretaciones acertadas. Y entonces se tiene la sensación de asistir a una película más leída que vista.

Las palabras están ahí, por supuesto, definiendo personajes y estados de ánimo con una precisión admirable, sobre todo en lo que atañe al maduro y seductor personaje de Helen Hunt, una dama que siempre sale por donde ha entrado y que es de las que alegra a los maridos cuando llega y hace felices a las esposas cuando se va.