Aunque al final de El diario de Bridget Jones la chica (Renée Zellweger) encontró por fin al chico (Colin Firth), haciendo una vez más buena una de las máximas de la comedia cinematográfica, la continuación de las andanzas sentimentales de Bridget Jones estaba anunciada. Y aunque la chica encontró al chico, otro de los mandamientos del decálogo de la comedia dice que en cualquier momento puede perderlo para después recuperarlo.

De eso trata la segunda película sobre el personaje creado por la columnista británica Helen Fielding, que se forró con su muchacha atolondrada, gordita y entrañable, la vecina de al lado, lejos del glamour y la estilización acostumbrados. En este sentido, Renée Zellweger, la chica del mohín permanente, es la elección perfecta. Cuando ella decida dejar de ser Bridget Jones, los productores tendrán muchos más problemas en encontrarle una sustituta que los padecidos por los responsables de la serie James Bond cada vez que tienen que rejuvenecer al agente 007.

Conocidos de antemano los personajes principales de la función, la inconsciente Bridget, el aristocrático y glacial Mark (Colin Firth) y el amoral Daniel, que encarna Hugh Grant en su mayor parecido con el Cary Grant de Luna nueva , pocas sorpresas, por no decir ninguna, depara esta segunda película. En todo caso, la dirige Beeban Kidron, que se mostró algo más inspirada en el mundo del travestismo sexual con la curiosa Wong Foo , gracias por todo, Julie Newmar.

Algún momento cómico funciona bastante bien, sin alardes, caso de la secuencia en la estación de esquí, pero el guión, en el que ha intervenido la propia Fielding y el incansable Richard Curtis (guionista de la serie Mr. Bean y de los filmes que conformaron el plan renove de la comedia británica, Cuatro bodas y un funeral y Nothing Hill ), es un cúmulo de repeticiones, gestos, diálogos y planos que uno tiene la sensación de haber visto ya antes.