En plena vorágine de conciertos, Manolo García presentó la pasada semana un cancionero sui generis que aúna "20 años de canciones y 20 años de dibujos". Un atlas gráfico y sentimental que recoge la inquieta trayectoria de "un artesano que no atiende a razones". Consciente de que si no fuera por la fama que tiene como músico no se atrevería con "este capricho", el cantante no tuvo problemas para definirse con un exabrupto: "Soy un pintamonas con dos cojones".

En la presentación parecía obsesionado en exhibir su humildad como artista plástico. "Soy un haragán contumaz; un freaky de la pintura". Si bien, inteligentemente, quiso que fuera un pintor reconocido, Julio Vaquero, el que definiera sus cuadros. "Proyecta sobre un espacio plano su pasión por la vida, su chispa arrebatada. Su estilo --continuó-- es posexpresionista, con influencia de los artistas alemanes de los años 80. Su obra está, deliberadamente, llena de impericia. Parece hecha por un no profesional, cuando sí lo es".

García, por su parte, admitió su "afición por todos los ismos", aunque acabó decantándose por el impresionismo, "por la manera que tuvo de romper con el pasado, por su salto cualitativo respecto a la percepción". Explicó que nunca hace bocetos ni prepara previamente sus dibujos. Y lo más curioso: casi nunca vende sus cuadros (sólo lo ha hecho en 12 ocasiones), a pesar de que ya ha montado numerosas exposiciones. ¿El motivo?. "Sería un pecado; un insulto. No quiero enfadar a los mismos dioses que me regalan canciones..."

LA LEVEDAD DEL PINCEL

Su meta en la vida, dijo, "es ir tirando, no tanto perdurar. Somos levedad --filosofó--. No me interesa el horizonte, pero sí el camino". Un recorrido que, como paisajista, inició siendo un adolescente cuando, gracias a un anuncio, logró un puesto para pintar las típicas cacerías de ciervos. A los 17 años entró como botones en una agencia de publicidad, pero pronto se pasó al diseño gráfico. Consolidada la vocación, fue entonces cuando acudió a la Escola d´Arts i Oficis de Barcelona. A los 21 años, ya introducido en el mundo de la música, diseñó carátulas para discográficas de dudosa reputación que copiaban los discos de más éxito.

Realizó hasta 400 portadas, hasta convertirse, por fin, "en un pintor por placer". De ahí el título del libro, Vacaciones de mí mismo . "Es una obviedad, pero todos somos poliédricos. Hay caras mías, tareas a las que me someto, que me agotan".