Cuenta J.A. Marina en su último (y muy recomendable) libro que la educación afectivo-sexual debe formar parte de un proyecto mucho más amplio de educación para la convivencia y la felicidad. Este es un planteamiento al que nos sumamos muchas y muchos de los que creemos que la educación puede contribuir a la transformación social, originando un mundo más redondeado, menos anguloso, mucho más humano...

Creemos que este planteamiento debe estar en la formación universitaria de todos los futuros agentes educativos, especialmente en los que van a desarrollar su labor con niños y adolescentes. Somos conscientes de las carencias que presentan los planes de estudio de Magisterio y de Educación Social. Pero además, no nos son válidos planteamientos pedagódicos presentes en la actualidad en la formación universitaria que, si bien no discriminan, lo que hacen es ignorar la diversidad de orientación sexual y, por tanto, la existencia de personas que viven, sienten y expresan otras formas de amor y de amar.