Puede que la presencia de Sandrine Bonnaire influya, pero Confidencias muy íntimas es la película de Patrice Leconte que más recuerda a Monsieur Hire , el mejor filme del director y el que hizo variar el rumbo de su carrera tras la cámara, especializado hasta entonces en la realización de comedietas de dudoso gusto.

Bonnaire era la protagonista de aquella excelente adaptación de una novela de Georges Simenon, centrada en la relación de voyeurismo entre una mujer y un tipo introvertido y apocado de rostro blanquecino. Algo de aquel entramado de sensaciones calladas y emociones frágiles se encuentra en Confidencias muy íntimas , cuyo punto de partida, por lo que respecta a las relaciones humanas, es tan abstracto como el texto pretérito de Simenon.

Una mujer casada (Bonnaire) confunde a un asesor fiscal (Fabrice Luchini) por un psicólogo y empieza a contarle sus problemas matrimoniales. El hombre le sigue la corriente en la primera cita y está a punto de explicarle quién es realmente en la segunda, pero una serie de hechos y palabras se lo impiden.

Profundamente fascinado por la mujer y la historia que le relata, el asesor fiscal, una persona de vida muy ordenada, tan introvertido como el protagonista de Monsieur Hire , convierte las citas semanales con Anna, la esposa frustrada en cuestión, en una especie de ritual de supervivencia.

Leconte siempre se ha sentido muy cómodo con este tipo de relatos, generalmente escenificados en uno de dos decorados y sostenido en un par de personajes bien trazados; es el caso de su filme más conocido, El marido de la peluquera .

A diferencia de anteriores cintas del director, que partían de una idea vaga para irse creciendo poco a poco, Confidencias muy íntimas arranca con una situación muy interesante que se agota antes de llegar a su conclusión. Pese a ello, la película fluye durante buena parte de su metraje con una extraña ingravidez afectiva.