Eran las 3.30 de la mañana cuando todo empezó a moverse en la habitación: los libros caían uno tras otro al suelo, la lámpara se mecía bruscamente en el techo y las ventanas crujían encerradas en los marcos. Se escuchaba el murmullo de los vecinos en la calle, inquietos y asustados. Bajamos a la calle corriendo y la imagen que nos encontramos fue impactante: familias enteras en pijama; ancianos con mantas; gente metida en los coches dispuestos a pasar allí la noche... Sin embargo, no fue hasta la mañana siguiente, con las llamadas de nuestros familiares y las noticias en Internet, cuando nos dimos cuenta de que aquel temblor que habíamos notado en Teramo, había arrasado la ciudad de L´Aquila.

MIEDO E INCERTIDUMBRE

Los días siguientes al primer temblor estuvieron protagonizados por una inquietud generalizada en las calles de la ciudad, un sentimiento de incertidumbre y miedo que no podía esconderse. Mientras, por las noches, las réplicas se sucedían, aumentando el pánico de los ciudadanos y creando una alarma social que agravaba la situación por momentos.

La embajada española, ante la avalancha de llamadas de familiares preocupados por la noticia, decidió trasladarnos a Roma, y de ahí, a España, al menos hasta que las réplicas cesasen.

Sin embargo algunos decidimos permanecer en la capital italiana, y a poder ser, volver a L´Aquila para ver con nuestros propios ojos la magnitud de la catástrofe. Y así lo hicimos. Esperamos algunos días a que las réplicas se repitieran con menos frecuencia y el pasado domingo nos armamos de valor y fuimos a la ciudad que días atrás había plagado las portadas de los periódicos de todo el país.

La situación que nos encontramos allí fue totalmente desoladora. Calles llenas de escombros; casas totalmente destruidas; coches aplastado. El cuerpo de bomberos que nos acompañaba nos acercaba a las calles más afectadas, a los edificios más dañados, mientras nos explicaban el horror y la desesperación vivida en aquellos mismos lugares apenas cinco días atrás. Los pilares del Palacio de Gobierno yacían en el suelo, amontonados sobre la calzada. La parte de la cúpula de la Iglesia que aún seguía en pie dejaba ver sus pinturas desde la calle, y bajo ella, montones de escombros y cascotes cubrían un coche estacionado allí.

L´Aquila se reduce actualmente a decenas de patrullas y cuerpos de bomberos intentando recuperar una parte de la vida de todas aquellas personas que lo han perdido todo. Las zonas de acampada habilitadas para los afectados son auténticas ciudades: cientos de tiendas se levantan ante nuestros ojos, ubicadas sobre todo en parques y zonas deportivas. En ellas se concentran médicos, pediatras y psicólogos disponibles las 24 horas al día a servicio de los afectados. Una tienda de campaña guarda una zona de juegos, una ludoteca, donde los niños pasan las horas ajenos al desastre del que son protagonistas.

Sin embargo, pese al panorama desolador y triste que rodea las calles de la ciudad, los ánimos de su gente por reconstruir sus casas y salir adelante se mantiene vivo, y será ese espíritu de lucha y superación el que conseguirá, con el tiempo, volver a construir la ciudad que de momento sigue latente bajo sus propias ruinas.

Vivo en Valencia y estudio en la Universita Jaume I de Castellón, pero mis orígenes son extremeños porque toda mi familia es la localidad cacereña de Aldea del Obispo.